Isaías 58,6-12
¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?
¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?
Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahveh te seguirá.
"Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: ""Aquí estoy."" Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad, " repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía.
Te guiará Yahveh de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan.
Reedificarán, de ti, tus ruinas antiguas, levantarás los cimientos de pasadas generaciones, se te llamará Reparador de brechas, y Restaurador de senderos frecuentados.
Queridas hermanas y queridos hermanos,
"Reconstruirás tus antiguas ruinas, cimientos hace tiempo abandonados." ¡Qué consuelo es escuchar hoy, en un mundo herido, estas palabras del profeta Isaías. En un mundo herido por la pandemia. En un mundo que desea la curación.
Nuestras almas están confundidas. Todas las señales físicas de conexión –las manos que se buscan, hablar cerca del otro, cara a cara, sin mascarilla, abrazarse–, todas estas señales físicas que siempre han sido expresión de amor, ahora se han convertido en el enemigo del amor, un peligro para el otro, una fuente potencial de sufrimiento. ¿Cómo pueden nuestras almas comprender esta inversión de las formas fundamentales de la espontánea interacción humana?
"Reconstruirás tus antiguas ruinas, cimientos hace tiempo abandonados." Necesitamos desesperadamente esta promesa que nos refuerza ante el agotamiento que sentimos. ¡No temáis!, dice Dios, no os dejaré solos. Siempre estaré con vosotros. Y vosotros experimentaréis la curación. «Así surgirá tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente».
¿Cómo podemos nosotros, como Iglesias, ser mensajeros y agentes de la curación de Dios? ¿Cómo podemos ser signos de paz, de fraternidad y de hermandad? ¿Cómo podemos ser Hermanos todos?
A través del trinomio que forman rezar, practicar la justicia y ser uno.
A través de la oración: como personas con itinerarios confesionales y religiosos distintos, hablamos con Dios. Le presentamos a Dios nuestros dolores, nuestros fracasos, nuestras preguntas sin respuesta, nuestra esperanza. Y escuchamos a Dios. Escuchamos a Dios para recibir claridad, dirección y orientación para avanzar.
Practicando la justicia. No hay oración, no hay ayuno, dice el profeta Isaías, sin practicar la justicia. Como dice Jesús: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».
¿Y si fuera realmente Cristo, quien está esperando ayuda y una vida digna en las tiendas azotadas por el temporal en el campo de refugiados de las islas griegas? ¿Y si fuera realmente Cristo, quien está en peligro de ahogarse en el mar Mediterráneo porque Europa no salva, e incluso impide que embarcaciones civiles ayuden? ¿Y si fuera realmente Cristo, a quien encontramos en el niño de Mozambique que no tiene suficientes alimentos para vivir?
Hacerse estas preguntas, dejar que la necesidad de los demás nos conmueva no es un catalizador de una mala conciencia. Al contrario. Es lo que abre la puerta a una vida plena. Es el camino hacia la paz y la fraternidad. Es la fuente de la curación, porque "Así surgirá tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente".
La Comunidad de Sant'Egidio es el mejor ejemplo. Una comunidad de personas comprometidas que no irradian sentido de renuncia y de escasa disponibilidad, sino de alegría y de plenitud de vida. Porque sienten profundamente que vivir con los demás, y no contra los demás, es una vida mucho mejor. Porque saben en su alma que en esta fraternidad y hermandad humana está presente el mismo Cristo.
Rezar y practicar la justicia, estos son los dos primeros pasos del trinomio para ser sal de la tierra y luz del mundo. El tercero es ser uno como iglesia.
"¿Está dividido Cristo?", pregunta Pablo en la primera Carta a los Corintios (cap. 1) al ver las divisiones de la iglesia. Todos conocemos la respuesta. ¡Cristo es uno! ¿Cómo podríamos sentirnos satisfechos por nuestras divisiones internas? La pasión por la unidad de la Iglesia no es un sentimiento de un grupo de la Iglesia que siente un interés especial al respecto. Forma parte del ADN mismo de cada iglesia. Y yo añado, de manera muy personal: experimentar esta unidad en la mesa del Señor durante mi vida es mi sueño personal.
Paz y justicia se abrazarán. Y ninguna pandemia lo impedirá. Sí, resplandecerá en las tinieblas nuestra luz, y lo oscuro de nosotros será como mediodía... y nosotros seremos como un jardín regado y como una fuente cuyo cauce nunca falla.
Nosotros curaremos.
AMÉN