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Abraham Skorka

Rabbiner, Argentinien
 biografie

He de abordar el tema partiendo de las fuentes consideradas sagradas por las religiones abrahámicas, completando posteriormente la visión desde las fuentes rabínicas. La Biblia Hebrea es considerada texto sagrado y fundamental para judíos, cristianos y musulmanes. Su lectura simple y sencilla nos permitirá adentrarnos en la ética por ella propuesta. 

De la narración de la Creación del cosmos y todo lo que en él habita por parte de Dios, tal como se describe en los primeros capítulos del Génesis, resulta que todos los humanos somos descendientes de un único hombre primigenio. No hay cabida en este relato a una concepción de superioridad racial ni de ninguna otra índole en este relato constitutivo del Weltanschaung bíblico. 

El versículo 2:7 del Génesis relata escuetamente la creación del hombre diciendo: “Formó el Señor, Dios, al hombre del polvo de la tierra y le insufló en sus narices hálito de vida (nishmat hayim) y se convirtió el hombre  en un ser viviente (nefesh hayiah)” 

La característica de poseer “un hálito de vida en las narices” no define una cualidad exclusiva del ser humano, sino a la actividad cardio-respiratoria de los seres vivos del reino animal que poseen pulmones. Neshamah posee la misma raíz  que linshom, que denota la acción de respirar. Y de tal modo es usada esta expresión para designar al hombre junto a las bestias y animales en Génesis 7:22. 

La expresión nefesh hayiah, también se aplica en el Génesis a los demás seres vivos , por lo cual cabe inferir que el ser humano comparte su condición de especie dentro de la clasificación del reino animal. Sin embargo, el versículo citado menciona que, a diferencia de las demás especies, fue Dios mismo el que insufló hálito de vida en el hombre. Del mismo modo, hallamos en la descripción de la creación en Génesis 1:26, que a diferencia de los demás elementos del Cosmos creados por Dios mediante un imperativo verbal, el ser humano fue creado mediante una acción directa del Creador. “Hagamos al hombre”, reza el versículo. De donde se deduce que el hombre es una creatura especial en el Universo. Dada la intervención tan íntima de Dios mismo en la creación del hombre, y el haber sido creado a Su imagen y semejanza (1:26-27) cabe interpretar que un hálito de lo Divino se halla en lo humano, en cada humano. Es por ello que sólo al hombre se dirige Dios en forma dialogal (1:28). 

Por otra parte, queda claro que el ser humano es poseedor de libre albedrío. Dios le ordena no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (2:17). Sin embargo, trasgrede, lo cual demuestra su capacidad decisoria de aceptar o rechazar, aún los mandatos divinos. 

Queda en manos del hombre, pues, decidir acerca de sus acciones de vida. 

El libro del Deuteronomio -el quinto de los primeros cinco de la Biblia que componen la Torah, Pentateuco, considerada la palabra revelada por Dios- describe la enseñanza de Moisés antes de su muerte. Al finalizar la gran lección que dio el más grande de entre los Profetas, en nombre de Dios, hallamos uno de los versículos más dramáticos de toda la Biblia. Leemos en 30:19: “Pongo hoy como testigos en vosotros a los cielos y a la tierra, que la vida y la muerte he dado ante ti, la bendición y la maldición; y habrás de elegir la vida, para que vivas tú y tu descendencia”. Es la exclamación de quién estuvo cercano a Dios, para que sus discípulos, su pueblo, recuerde elegir por siempre la senda de la vida, pues en ella se encuentra la bendición. La senda de la vida, explicitan los versículos del párrafo citado, significa: “Amar al Señor tu Dios, escuchar su voz y adherir a Él, ya que El es tu vida y la longevidad de tus días . . . ”(20). Adherir a Él, debe entenderse como la actitud de elegir a la justicia, equidad, misericordia y piedad cual valores que inspiran las acciones de la vida. El amor a  Dios referido en el versículo debe entenderse, a través de la comparación con otros versículos de la Torah  como el desarrollo de la capacidad afectiva hacia uno mismo, hacia el prójimo y, sólo entonces, hacia Dios.

La vida misma enseña al hombre que cada uno de los momentos que conforman la existencia del individuo demanda una elección. Los factores determinantes de tales elecciones es materia de estudio y  análisis desde hace siglos. Tal vez, en última instancia, conforme este tema el hurgar perenne del ser humano pensante junto a la búsqueda del sentido de la vida. 

El relato del Génesis enseña, a través del relato de la trasgresión del hombre primigenio y su mujer en el Edén, cómo es que éste llega a elegir el rebelarse contra el mandato de su Creador. Aparece en el relato un factor que separa al hombre de Dios, que lo incita a trasgredir la única prohibición, restricción, que Dios le impuso al hombre luego de investirlo con señorío sobre todo lo creado (1:28), fue aquella serpiente primigenia, y el argumento básico para incitar al hombre primigenio y a su mujer fue: “y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” (3:5). 

Los exégetas, desde antaño, trataron de descifrar los misterios que subyacen en el capítulo 3 de Génesis ¿Quién fue o qué representa la serpiente? ¿Qué aprendió el hombre al probar el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal? La lectura simple del texto permite la siguiente aproximación exegética: el encuadre del relato tiene que ver con el impulso sexual. Comienza refiriéndonos que Adam y Eva se hallaban desnudos y no se avergonzaban (2:25), y sólo supieron de su desnudez una vez que probaron del fruto prohibido, y cubrieron la misma (3:7). Resulta interesante hacer notar que para definir la astucia de la serpiente (3:1), con la cual sedujo a Eva para que trasgreda, la Biblia utiliza un adjetivo (‘arum) que es homónimo del adjetivo utilizado para describir la desnudez.

El resultado de haber comido del fruto que adjudicaba el conocimiento del bien y del mal parece, en la simple lectura del relato, no haber provocado un cambio dañino alguno en el hombre y la mujer. Lo contrario debe decirse: tomaron conciencia de su desnudez, por lo cual recogieron hojas de una higuera, las cosieron y se cubrieron con ellas. Al expulsarlos del Edén, fue Dios mismo quien hizo vestimentas para que puedan cubrir su piel y los vistió con ellas (3:21). El texto sugeriría que la ira de Dios fue provocada por haber comido el fruto, por no haber cumplido con su mandato y que el fruto en sí mismo no era dañino ni proporcionaba algo especial o singular al ser humano. El resultado dañino de la acción fue que el ser humano se escondió de su Creador. Pareciera ser que la única función del árbol que engendraba el fruto prohibido era meramente recordarle al hombre que hay alguien más, por encima de él y junto a él en la vida.

Más allá del caleidoscopio de imágenes que se genera en nuestra mente cuando se trata de conformar una exégesis coherente que explique los múltiples aspectos del relato, queda claro que amén de la trasgresión del mandato divino, la desnudez que descubrió el hombre, por la cual se ocultó de su Creador, y el cuadro final del drama en el que Dios mismo le prepara ropas al hombre para que se cubra, definen una idea con claridad. La desnudez, entiendo, que debe comprenderse en el sentido de la libido freudiana, y las vestimentas hechas por el hombre y luego por Dios, deben ser vistas como la capacidad de sublimación de las pulsiones que posee el ser humano, y las normas reveladas por Dios a éste para alcanzar sus máximas dimensiones espirituales . 

Resulta interesante resaltar el hecho que sólo en dos oportunidades insta Dios al pueblo de Israel a adquirir una dimensión de santidad: cuando enuncia las leyes de los alimentos prohibidos y de la conducta sexual prohibida . La santidad es una de las cualidades de Dios y se define con el mismo término a la elevación espiritual del hombre, como dice el versículo: “Santos sean porque Santo soy Yo el Señor vuestro Dios” . El dominio del hombre por sobre sus pulsiones e instintos, comenzando por los más primarios, el de ingesta y el sexual, es aquello que le permite elevarse por sobre su condición animal y manifestar el hálito divino que yace en él en su condición humana.

En el capítulo 15 del libro de Números (32-41) se halla la prescripción de Dios al pueblo de Israel de colocar unos flecos especiales rodeados por un hilo de color “tkhelet”  en los extremos de sus vestimentas, con el propósito de que al tenerlas permanentemente delante de su vista no habrán de desviarse  en pos de su corazón y de sus ojos, en pos de los cuales se prostituye el hombre. Dichos flecos los inducirán a tener presentes los preceptos que Dios les ha ordenado, y entonces, concluye el versículo, serán consagrados delante de Dios. La fuerza espiritual habrá dominado lo instintivo y sublimado sus pulsiones destructivas.

Esta es la propuesta de vida de Dios al pueblo de Israel, que de acuerdo a la interpretación de los sabios del Talmud  se resumen en 613 preceptos. Dichos sabios también enumeran un número menor de normas que deben ser cumplidas por todo individuo en su condición de ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, las siete leyes noahidas .

Cuando el hombre entiende que alcanzará su grandeza sólo al ponerle límites a sus pulsiones, descubre el límite máximo a sus ambiciones: jamás ocupará el lugar de Dios; jamás será como Dios, tal como se lo propone la serpiente, en la que más de un exégeta ve el símbolo de la pulsión del mal, del Satán .

Si esta es la propuesta bíblica para el hombre ¿cómo es que en nombre del Dios bíblico se hayan cometido en el pasado y se siguen cometiendo en el presente tantos actos que distan abismalmente de la misma? ¿Qué explicación es posible hallar en las Escrituras mismas acerca del fenómeno de la religión que se profesa mediante actos de violencia?

La lectura cuidadosa de la Biblia revela que aquello que más despierta la ira de Dios no es la falta de fe en él sino el tergiversar su imagen. El máximo de los pecados que cometió Israel en el desierto no fue la carencia de fe, que se manifestó de múltiples formas, sino el becerro de oro al que adoraron. 

El versículo del cual se deduce el precepto de creer en un solo Dios es el primero de los mandamientos (Éxodo 20:2-3) , el de no creer en deidades es el segundo (Éxodo 20:3-4) . El uno se encuentra indisolublemente relacionado con el otro, pues sólo puede alcanzar la fe en el Dios bíblico el que supo arrojar toda idolatría de su mente y corazón.

La fe distorsionada del pagano se sustenta en el hecho que éste aduce poseer un conocimiento especial de lo divino. Lo divino es asequible a sus manos y a su entendimiento. Siente que algo de Dios se halla subyugado a su voluntad. En Isaías 55:8 leemos que el profeta dice en nombre de Dios: “Mis pensamientos no son como los vuestros ni mis sendas como las de ustedes”. Los amigos de Job, que pretendieron justificar sus sufrimientos diciendo que con ellos purgaba sus culpas y errores, cual si hubiesen estado en presencia de Dios mientras emitía su veredicto, son pecadores a los ojos del Señor por tal actitud, y Job debe sacrificar ofrendas de expiación para expiar su error (42:7-8). Lo único que nos fue revelado es que se honra a Dios mediante la rectitud  y la justicia que profesamos y la verdad y piedad que proferimos, como leemos en el libro de los Salmos: “Justicia y equidad son la base de Tu trono, piedad y verdad son los heraldos de Tu rostro”  

Entender que se conoce la voluntad de Dios sin hesitar es un error que hasta un profeta sincero como Hananyah ben ’Azur  se equivocó en ello ante Jeremías (capítulo 28). Jeremías dudó de su propia profecía ante Hanayah, tuvo que volver a dialogar con Dios, tal vez Él cambió de parecer. Hananyah provocó la ira de Dios con su actitud.

Todas las manifestaciones violentas incitadas por líderes religiosos o de partidos políticos basados en una ideología considerada como verdad única y absoluta, son expresiones del más abyecto paganismo. Hannah Arendt, al analizar los rituales del nazismo y del stalinismo, los denomina como idolátricos. Disiente con aquellos que ven en ellos tendencias seudorreligiosas o seudoheréticas, pero todos coinciden en lo pagano de aquellos rituales que tanto ayudan a la expansión de nefastos regímenes totalitarios, y mucho poseen en común con las religiones puras que se han paganizado    

En la visión de los sabios del Talmud la palabra de Dios en la Torah contiene múltiples acepciones y formas interpretativas , se requiere de un diálogo constante para hallar la visión común que se define democráticamente.

De tal modo leemos en B. Bava Metzi’a 59, a, b:

“Se ha enseñado en la Mishnah (Kelim 2:6; ’Eduiot 7:7) que un horno de anillos separables (n. d. A.: de arcilla) entre los que se ha colocado arena no es susceptible de ser impurificado de acuerdo al criterio del Rabi Eliezer (n. d. A.: tanaita de la segunda generación, segunda mitad del siglo I e.c. – primera del siglo II) mientras que los demás sabios opinan lo contrario. . .

Se ha enseñado: En aquel día (n.d.A.: en el que se discutió el asunto) el Rabi Eli’ezer presentó todos los argumentos posibles (n.d. A.: para sustentar su tesis) pero no fueron aceptados. Les dijo: si la ley es como yo digo que este algarrobo lo pruebe. El algarrobo se apartó cien codos de su sitio. . . Le contestaron: no se puede presentar al algarrobo como prueba. Volvió para decirles: si la ley es como yo digo que el curso del agua lo pruebe. Comenzó el agua a retroceder. Le dijeron: el curso del agua no se puede presentar como prueba. Insistió diciendo: si la jurisprudencia es como yo digo que las paredes de esta casa de estudio lo prueben, comenzaron las paredes a inclinarse como para caer. Las reprendió el Rabi Yehoshu’a (n. d. A.: contemporáneo del Rabi Eli’ezer) diciendo: ¡que se meten ustedes en las discusiones de los sabios!. No se cayeron honrando al Rabi Yehoshu’a ni se enderezaron honrando al Rabi Eli’ezer, y todavía se hallan inclinadas.

Volvió (el Rabi Eli’ezer) diciendo: ¡Si la ley es como yo digo que el cielo lo pruebe!. Salió un eco celestial diciendo: ¿por qué discuten con el Rabi Eli’ezer si la ley es en todos los casos como él dice?. Se levantó el Rabi Yehoshu’a y exclamó: “no está en los cielos” (Deuteronomio 30:12). 

¿Qué quiso decir al citar el versículo: “no está en los cielos”? Dijo el Rabi Irmiha: Lo que quiso decir es que ya fue entregada la Tora en el monte Sinai (n. d. A.: o sea que ya no se encuentra más en los cielos), por lo que no debe prestarse atención a ningún eco celestial, como ya ha escrito Dios en la Tora que nos reveló en el monte Sinai: “trás de la mayoría has de seguir”(Éxodo 23:2).

El Rabi Natan encontró a Elías (n. d. A.: el profeta que no murió, sino que se elevó en carroza a las alturas, tal como se relata en el Libro de Reyes, y que solía aparecerse a los sabios, de acuerdo a la tradición talmúdica). Le preguntó: ¿qué hizo en aquella hora el Santo bendito sea? Respondió el profeta: Sonrió y dijo: “Mis hijos me han vencido, mis hijos me han vencido”.

 

Este es uno de los pasajes talmúdicos más significativos y relevantes acerca de la  visión judía de la dinámica del diálogo entre los hombres y con Dios mismo, que sabe aunar a todos los individuos y acercar a ellos a su Creador.

Aquellos que se encaraman por encima de todo diálogo y actitud de humildad, que consideran que la verdad absoluta se halla en su conocimiento y ser, transforman a Dios en una deidad y a los sacerdotes de tal credo en los reales depositarios de la decisión sobre las vidas.

En su meditación acerca de la Shaoah en Yad VaShem, Francisco, llamó a la reflexión acerca de la actitud de aquellos que se sienten con el poder de la decisión sobre la vida y el destino de los otros. Abosdó, en ese lugar tan especial de Jerusalém, la esencia que transforma al hombre en monstruo y vacía a la religión de la vida de todo sus sustentos transformándola en elemento de muerte y devastación. 

La dramática situación presente clama por una labor mancomún de todos aquellos que, más allá de su credo y visión de la existencia, tienen a la justicia, el amor y la misericordia como irrenunciables e irreductibles valores con los que, entienden y bregan, se debe construir y erigir la vida. Es el denominador común de todos los credos que poseen sus raíces en la pureza de lo humano. Los que propalan el odio, el crimen y la destrucción se enraízan en las pasiones abyectas, más que religiones del odio, no son más que meras manifestaciones de la miseria humana.