En nombre de la Comunidad de Sant’Egidio saludo a los queridos huéspedes de las iglesias ortodoxas, de las iglesias orientales y evangélicas.
Hace treinta años se levantó des de este monte una voz de paz y de fraternidad universal.
Aquella voz hoy, después de treinta años, es más fuerte y el espíritu que la apoya se ha difundido y ha animado a muchos en el mundo.
Hacer la paz, para nosotros que creemos en Jesús, es uno de los desafíos más importantes, que llega hasta ser una bienaventuranza que nos hace hijos suyos. Bienaventurados los trabajadores de paz porqué serán llamados hijos de Dios.
Hijos y hermanos de muchos mientras trabajamos por la paz.
Se redescubre la paternidad de Dios y la fraternidad universal.
Esto es lo que nos hace felices estos días, pero a la vez comprometidos a ser mejores.
Que la voz de paz sea más fuerte y audaz porqué debe hablar también en nombre de quien no tiene voz porqué está subyugada por la guerra y la violencia. Que la esperanza de paz que nosotros encarnamos de alivio, consolación y fuerza a quien sufre por la guerra, por el terrorismo y la violencia..