Soy de Alepo, la ciudad mártir de Siria.
Alepo. Cuando pronuncio este nombre, me duele el corazón; me acuerdo de donde nací, crecí y me casé.
Me acuerdo de muchos amigos musulmanes y cristianos. Ahora se hacen diferencias entre cristianos y musulmanes, pero antes de la guerra no había diferencias. Cada uno de nosotros practicaba su religión en una tierra que formaba un mosaico a través de las diferentes culturas, lenguas y religiones.
Luego estalló la guerra, no sé bien por qué. Empezaron a llover misiles que destruían las casas. Aún oigo los gritos de un padre, de una madre o los gritos de los niños que buscaban a sus padres.
Cuando los fuertes bombardeos estaban cerca de nuestras casas, compartíamos con nuestros vecinos el pan y el agua, los bienes más preciosos que faltan durante la guerra, nos apoyábamos los unos a los otros y rezábamos. La oración: el único apoyo para nosotros, repetíamos siempre la palabra de Jesús que dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso”.
Resistimos tres años esperando que la guerra terminara, vivimos en miseria, luego bombardearon la casa de mi familia, y finalmente decidimos irnos de Siria y llegamos al Líbano. Somos refugiados, junto a miles de sirios. Hemos tenido que dejarlo todo, he traído conmigo a mis padres ancianos, nunca me habría ido sin ellos. Es el segundo éxodo que hacen nuestras familias en 100 años.
Estuvimos en el Líbano durante 2 años y luego conocimos a unos ángeles que nos hablaron de los corredores humanitarios y de la posibilidad de vivir en paz. Ahora vivo en la Toscana e intento integrarme en este bonito país, Italia, donde llegué hace cuatro meses.
Quisiera agradecer a todos los que han trabajado para nuestro bien, por habernos devuelto la sonrisa que habíamos perdido a causa de la guerra.
A todos ustedes, hombres de religión y a usted, Su Santidad, en nombre del pueblo sirio, les pedimos una oración para que la paz y el amor vuelvan pronto a Siria y a todas las partes del mundo.