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Bartolomé I

Patriarca Ecuménico de Constantinopla
 biografía

Santidad,
Eminencias, Excelencias,
Ilustres representantes de las religiones y de las culturas,
Autoridades,

Hermanos y hermanas,

Esta cita internacional que ha permitido el encuentro de todos nosotros, nos ha dado una vez más la posibilidad de mirarnos a los ojos, de hablar francamente, de escucharnos unos a otros, de disfrutar de la riqueza de los unos y los otros, y sobre todo de ser “amigos”. Teniendo esta amistad, que es un verdadero amor desinteresado los unos por los otros, nuestra sed de paz se siente confortada. Agradecidos, porqué la paz es libre, profunda, intrínseca en el corazón de cada ser humano, a imagen y semejanza de Dios para los creyente,  o quien forma parte de la familia humana también para las culturas y el pensamiento laico.

    No hemos solo conmemorado un acontecimiento extraordinario que realizaron nuestros predecesores treinta años atrás, sino que hemos renovado nuestro compromiso por la paz con un espíritu nuevo, con amistad, con gestos valientes, abriendo nuevos caminos al diálogo y a la colaboración entre las culturas y las grandes familias religiosas del mundo.

La paz todavía necesita algunas piedras angulares para que puedan apoyarla cuando es amenazada.
   
    No puede haber paz sin respeto y reconocimiento reciproco, no puede haber paz sin justicia, no puede haber paz sin una cooperación exitosa entre todos los pueblos del mundo.

En estos años estamos viendo de nuevo mayorías étnicas, religiosas, culturales que vislumbran en minorías conectadas a ellas, un cuerpo extraño, peligroso para su propia integridad y por ello son marginadas, apartadas, y a veces por desgracias aniquiladas. Vemos minorías, que por miedo de desaparecer, se cierran en su gueto, que tienen miedo del encuentro, que muchas veces se convierten en violentas. Y esto provoca desaliento, provoca migraciones en masa y crea problemas de acogida, de solidaridad, de humanidad.

Pero la paz necesita también justicia.

Justicia es una renovada economía mundial, atenta a las necesidades de los más pobres; que observa las condiciones de nuestro planeta, la salvaguarda del ambiente natural, que es obra de Dios para los creyentes y que es casa común para todos. Significa también salvaguardar las tradiciones culturales, religiosas, artísticas, de cada pueblo de la tierra. Significa tener la capacidad de una solidaridad que no es asistencia sino sentir la necesidad, el dolor y la alegría del otro como si fuera proprio. Justicia es ser coherentes con lo que profesamos y creemos, pero capaces de diálogo con el otro, capaces de ver la riqueza del otro, capaces de no dominar al otro, capaces de no sentirnos superiores o inferiores de nuestro prójimo. Justicia es hacer que cada uno siga viviendo en la tierra de los antepasados, en paz y amor, que pueda volver a su fuego doméstico para el crecimiento de la sociedad humana.

    Entonces la paz nace del conocimiento y de la colaboración recíproca. Como fe, como culturas laicas, como seres humanos, debemos hoy volver a reactivar todo esto, de forma nueva, con gestos nuevos.

Sin embargo creemos indispensable, volviendo a nuestras casas, que toda familia religiosa, toda cultura, en este momento histórico, tenga la necesidad de mirar a sí misma, creemos que es necesario, en el respeto de todo credo religioso y laico, hacer autocrítica y autoanálisis. Debemos ser capaces de preguntarnos donde nos hemos equivocado, o donde no hemos estado lo bastante atentos porque han surgido fundamentalismos que amenazan, no solo el diálogo con los demás, sino también el diálogo en el interior de cada uno, de nuestra coexistencia. Debemos ser capaces de aislarnos, de purificarnos, a la luz de nuestra fe, de transformarnos en riqueza para todos.

Si lo sabemos hacer, entonces el diálogo será real, vital, porque la colaboración no será opresión, sino posibilidad de intervenir juntos en la historia, posibilidad de escribir juntos sus destinos. Tenemos el deber de comprometernos juntos en la salvaguarda de cada ser humano, desde su concepción a su fin natural, respetando cada fase de su vida. Tenemos el deber de comprometernos por salvaguardar nuestra Casa común y todo lo que está en ella. Porque Dios, en su creación, no ha querido una sola planta, un solo  animal, un solo  hombre, un solo planeta, una sola estrella, ha querido que sean muchas, diferentes, cada uno con su especificidad y su peculiaridad, todos conectados en una comunión de intenciones y de amor. Esta es la riqueza que nosotros debemos anunciar, salvaguardar y vivir juntos.