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Andrea Riccardi

Fundador de la Comunitat de Sant'Egidio
 biografia

Ilustres personalidades y queridos amigos,

Doy las gracias a todos los que participan en este encuentro nuestro de hombres y mujeres de religión. Estoy especialmente agradecido a las Autoridades de Barcelona y de Cataluña que han apoyado de muchas formas la realización de este acontecimiento, mostrando una vez más que ésta es una tierra europea y mediterránea seria y de gran civilización, en la que se plantea el problema del convivir entre personas diferentes. Nos gusta Cataluña porque es tierra de libertad y de pensamientos amplios.

De este modo, agradezco la iniciativa del Card. Martínez Sistach que ha propuesto mantener este encuentro aquí en Barcelona y lo ha acogido con alegría. No puedo mencionar a todas las personalidades aquí presentes, pero dirijo un pensamiento deferente al Presidente Dimitri Christofias, con quien recordamos los 50 años de independencia de la República de Chipre. Saludo con amistad al Presidente de Montenegro, Vujanovic y a la Señora Rabiatou Diallo, Presidente del Consejo Nacional de transición de Guinea. 

El hecho de que tantos participen en el diálogo y en la oración de estos días pone de manifiesto una voluntad: continuar la búsqueda de la paz en el diálogo espiritual. Todos tenemos la conciencia de cuán frágil es la paz en el mundo contemporáneo. La paz es dramáticamente frágil en muchas partes del mundo. Pero no sólo. También es frágil en el corazón, en la conciencia de los hombres. Frágil desde un punto de vista espiritual. Hubo momentos en que no parecía así. En 1989 parecía que la paz se hubiera conquistado. La paz era el final de la guerra fría.

Hoy hace precisamente veinte años que Alemania se reunificó, un acontecimiento que hasta pocas semanas antes se juzgaba imposible. El gran historiador polaco Geremek cuenta que en noviembre de 1989 habló con el canciller Kohl, quien le dijo: “ni usted ni yo veremos Alemania reunificada”. Un año después, el 3 de octubre de 1990, Alemania se reunificaba. La historia está llena de sorpresas, con su enredo de causas político-económicas y de fuerza del espíritu.

Después de 1989 la paz parecía estar al alcance de la mano. Había quien sostenía que la expansión del mercado llevaría el mundo a una unidad pacifica, como si fuera la providencia. No ha sido así. Hasta que el 11 de septiembre de 2001 ha revelado el abismo de violencia sobre el que discurría la historia.

Permítanme un recuerdo personal. Algunos días antes del 11 de septiembre, precisamente el 4 de septiembre de 2001, hace nueve años, se clausuraba en Barcelona nuestro encuentro de las religiones por la paz, en el mismo espíritu que el actual: el espíritu de Asís. Estaban presentes algunos de los que hoy están aquí. Al final del encuentro de Barcelona de 2001 se publicó un llamamiento de paz en el que se leía: “La paz es el nombre de Dios y quien usa el nombre de Dios para odiar al hombre y para la violencia abandona la religión pura”. Este es nuestro espíritu: el nombre de Dios nunca puede justificar el odio y la violencia, sólo la paz es santa y no la guerra.

Desgraciadamente, exactamente una semana después, los Estados Unidos eran golpeados por el brutal y enloquecedor terrorismo que produjo tantas víctimas en New York. Murió gente de todas las religiones y nacionalidades. Aquel día comprendimos lo unidos que estamos a los Estados Unidos. El mundo quedó atónito. Otros graves atentados llegarían a continuación, entre ellos en Madrid en 2004. Muchos muertos y una amenaza constante. Comenzaron años difíciles, marcados por la experiencia y la cultura del conflicto. ¿Cómo defenderse? –era la pregunta. El nuevo siglo se abría con el lema de la violencia terrorista. Había que preparar los instrumentos adecuados. En los años sucesivos, en la cadena de reacciones, la guerra se rehabilitaría como instrumento eficaz para defender la paz y la seguridad.

La amenaza terrorista no ha cesado. Por otra parte se iba afirmando que la guerra era parte de la naturaleza de un mundo hecho de conflictos. Se afirmaba que la comadrona de la historia era el conflicto: conflicto de civilizaciones, de religiones, de identidades étnicas, nacionales. Esta –se repetía- era la verdadera naturaleza de los pueblos, de las mismas religiones, de las dinámicas de la historia: el conflicto.

El diálogo parecía una peligrosa ingenuidad. ¿Qué significaba nuestro paciente encontrarnos y dialogar desde 1986, cuando Juan Pablo II inició este camino en Asís? El 11 de septiembre –nos lo dijeron muchos- mostraba la ingenuidad o la ilusión del diálogo. El 11 de septiembre de 2001 parecía aplastar, como una montaña de odio, la voz del llamamiento de paz que se elevó pocos días antes desde Barcelona. El diálogo es cosa de soñadores: se repetía. Inútil. Retórico. ¿A qué sirve el diálogo?

Pues bien, desde 1986, en este camino han participado muchos grandes del espíritu, elevando su oración por la paz junto a nosotros, unos al lado de otros. Estamos orgullosos de estos lazos que han sido puentes mientras los mundos se dividían. Año tras año, a través de las etapas de este camino, se ha creado entre personas de religión diferente casi una familia de hombres y mujeres de diálogo y buscadores de paz. Lo recuerda bien el querido rabino Rosen. Y con él el amigo Esslimani y Gregorios Ibrahim. Muchas historias espirituales se han unido a la nuestra, como aquella forjada en el crisol de la persecución y de la resistencia espiritual de la Iglesia rusa, representada por el exarca Filaret, del patriarcado de Moscú.

El mundo del 2000 se descubría fragmentado en muchas identidades, muy alejado de una humanidad unificada por la globalización. En diversas dituaciones, el conflicto de identidad religioso y cultural corría el riesgo de degenerar en un enfrentamiento violento. Se quería enrolar a las religiones bajo las banderas del conflicto. Los hombres y las mujeres frágiles interiormente se sentían fuertes al hablar de fuerza o de guerra. El fanatismo se convertía en el puerto para la gente desorientada, débil, pero que endurecía el rostro y tenía una mirada de odio. Las personas vacías y mediocres siempre son la peor amenaza.

Ha pasado casi una década desde el terrible septiembre de 2001. ¿ A dónde lleva la cultura de la guerra? Hemos visto el fracaso de la guerra para traer la paz. Los que reflexionan sobre la historia, conocen la herencia envenenada que dejan las guerras y el terrorismo. Los últimos años confirman esta sabiduría antigua: la guerra no mejora el mundo. A pesar de ello se ha sembrado mucho odio. Demasiado fanatismo. Se han perdido demasiadas vidas humanas. No se ha luchado contra las grandes pobrezas. Han disminuido los recursos para este fin. No se ha encontrado la voluntad política de unir inteligencias para estudiar los caminos de la lucha contra la pobreza. Siguen abiertos graves conflictos, como en Tierra Santa. Yo creo que en esa región la reconciliación es difícil, en la seguridad de Israel, en el desarme de los violentos y de los terroristas, en la patria para los palestinos: será el signo profético de una nueva era para el mundo.

Durante la década pasada se ha derrumbado el mito de que el mercado global trajera providencialmente la paz y la unidad del mundo. También se ha derrumbado el mito de que la guerra pueda traer la paz. Por desgracia todavía muchos utilizan la violencia y el terrorismo. Pero lo que más me preocupa es que se ha deteriorado la esperanza de construir un mundo más humano. La esperanza es el motor de los progresos de la humanidad para cada generación. Motiva la paciencia que es necesaria para conseguir un mundo diferente. Diferente significa antes que nada un mundo en paz. Porque la guerra es el aspecto más inhumano de la historia de los pueblos. 

Se ha deteriorado la esperanza de hacer mejor el mundo de mañana, de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos: esta esperanza es el motor de una generación. Ha sido la esperanza de la generación de la reconstrucción en Europa. La esperanza deja lugar a la resignación, a quien cede complaciente ante la cara oscura de la historia. La resignación, disfrazada de realismo, significa el repliegue sobre el propio interés individual y de grupo. La resignación quiere decir aceptar ser mediocres gestores del presente, sin sueños. ¿No sucede esto también a los hombres de religión? Preguntémosnoslo! Ni siquiera ellos están contentos de la mediocridad de una vida sin esperanza. Sin la esperanza no florece la visión del futuro.

En años carentes de esperanza, durante la guerra fría, Juan Pablo II escribía esta poesía:

“sin embargo yo creo que el hombre sufre sobre todo por falta de ‘visión’.”

 ¿No son también los sentimientos del hombre contemporáneo? Quien sufre por falta de visión, porque su horizonte se ha ensanchado demasiado, ha sido invadido por muchas luces y señales. Confundido, se repliega en sí mismo, desafiado por demasiados vecinos distintos, siente la necesidad de encerrarse en sí mismo. La cultura del conflicto nace de una falta de visión, de esperanza, de una fijación egocéntrica y miope sobre sí y sobre el propio grupo. 

¿No debemos, queridos amigos, trabajar para que la década que está por comenzar inicie otro camino con respecto a los primeros diez años del 2000? ¿No debemos forzar los tiempos justamente con la fuerza del espíritu? 

No es suficiente con predicar la tolerancia. No se une a los hombres de manera superficial. No se compra la unidad con el mercado. Hay necesidad de algo profundo, capaz de poner juntas a las muchas diversidades con el sentido de un destino único. Hay necesidad de un movimiento profundo. “El viaje más largo /es el viaje hacia el interior” –escribía el primer secretario de la ONU, un místico, Dag Hammarskjold. Es necesario realizar el viaje más largo en el corazón de sí mismos, para reencontrarse amigos de Dios y amigos de los otros. Se renueva la tradición del s. XIII de interés por el otro y de fe, que tuvo su cumbre en el catalán Ramón Llull: no sólo hombre de diálogo, sino ante todo un creyente apasionado. Llull llamaba a Dios el Amado y al creyente el Amigo: porque quien cree es amigo de Dios y al mismo tiempo amigo de los hombres.

En el encuentro espiritual y amistoso se teje la unidad real entre gente distinta. Se lee en el Corán: “Pon tu confianza en Dios, sea suficiente para ti su protección” (Sura 33, Al-Ahzab). Las religiones, hablando a un hombre tras otro, atentas a los dolores y a los pensamientos de cada uno, educan a una visión de sí, del otro y del mundo: es la visión de paz.

Es necesario reconstituir las vértebras de un mundo como familia de los pueblos, en las diferencias, familia de civilizaciones y religiones diferentes. No es una operación sencilla. Hay necesidad de un tejido espiritual capaz de afirmar la dignidad de la diferencia. La paz es un tejido espiritual y humano capaz de hacer vivir juntos a mundos distintos. La paz tiene un fundamento espiritual en las diferentes tradiciones religiosas. El rabino Jonathan Sacks escribe: “La prueba de la fe consiste en comprender si yo estoy a la altura de dejar lugar a la diferencia: ¿logro reconocer la imagen de Dios en quien no corresponda con mi imagen, cuya lengua, cuya fe, cuyos ideales son diferentes de los míos? Se no lo logro, entonces yo he hecho a Dios a mi imagen y semejanza…”. Es una pregunta que cada uno se puede formular. 

Esto no es el relativismo para el cual todas las religiones son iguales. Las religiones son irreductiblemente diferentes. Y sin embargo se encuentra en la propia tradición religiosa aquel mensaje pacífico que da lugar a la dignidad de quien es diferente, aun más, que reconoce en él a un familiar. Quien es diferente de mí, me es igualmente familiar. Nosotros debemos evitar la dramatización de las diferencias, que es un juego peligroso por el clima de nuestros países, aunque electoralmente pueda parecer rentable. De este modo la presencia de los gitanos no es una amenaza, sino un problema para afrontar con paciencia y compromiso. La integración de los inmigrantes es un deber de esta época, para desarrollar con inteligencia. Algunas veces bien logrado, como se ve en muchos –pienso en Gentes de paz- que participan de éste, nuestro encuentro.

Decía un gran europeo, el francés Maurice Schuman, fallecido cuarenta años atrás, a los orígenes de la reconciliación entre franceses y alemanes, que se habían combatido y de la Unión europea:

“Los maestros de la historia no son los que se agitan sobre el escenario. Pueden como mucho influir temporáneamente sobre el curso de la historia; no pueden orientarla definitivamente. No hay más que un solo “Maestro de la Historia” que orienta definitivamente el destino de los  hombres, según su plan; es el Omnipotente; El elige sus instrumentos entre los hombres de buena voluntad”.

¡Seamos hombres de buena voluntad, capaces de orientar la historia! El diálogo llama a las religiones a ser pilares espirituales de un mundo como familia. Familia es un término sencillo, humano, antiguo, al alcance de todos, con una sabia ingenuidad suya: el mundo como familia expresa la radical unidad de los pueblos. Es un término naif para la politología. Lo hemos elegido como marco de nuestro congreso, en esta ciudad de Barcelona que está por inaugurar el templo de la Sagrada Familia, una construcción religiosa moderna, que ha osado realizar la belleza de la familia en nombre de Dios. La familia habla de unidad. Es necesario devolver fuerza y esperanzas a todas las aspiraciones a la unidad en el mundo contemporáneo. En Europa y en todas partes.

 

Dialogando en estos días, encontrándose, reanudando los vínculos estrechados con los años, mujeres y hombres de diferente religión se revelan familia de los que buscan la paz, donde la diversidad no es obstáculo o incomprensión. Se convierten en un signo de un mundo como familia. Benedicto XVI, en el 2007, en Nápoles, encontrando a los líderes de las religiones, convocados por la invitación del card. Sepe a nuestro congreso, ha declarado: 

“En el respeto de las diferencias de las varias religiones, todos estamos llamados a trabajar por la paz y a un compromiso factible para promover la reconciliación entre los pueblos. Es este el auténtico ‘espíritu de Asís’, que se opone a toda forma de violencia y al abuso de la religión como pretexto para la violencia. Ante un mundo desgarrado por los conflictos, donde a menudo se justifica la violencia en nombre de Dios, es importante reafirmar que… las religiones pueden y deben ofrecer preciosos recursos para construir una humanidad pacífica, porque hablan de paz al corazón del hombre…”

El mundo está marcado inexorablemente por la diversidad: políticamente multipolar pero también multicultural y multireligioso. Esta complejidad se compone en el diálogo paciente. Pero el diálogo necesita también lugares en donde expresarse. Como escribe Emile Poulat: " Más allá de las buenas voluntades individuales se necesitan lugares que permitan estructurar estos encuentros y asegurar en el trabajo del diálogo la duración que le es indispensable". En  este encuentro de Barcelona la diversidad no se hace conflicto. Señalo la importante presencia de China en estos trabajos, la cual tiene su proyección en Africa y en Europa y se va confrontando con su desasrrollo y los problemas espirituales de la humanidad. Junto a ella Indonesia, Japón, Paquistán e India. Con Asia no se trata sólo de hacer negocios sino que además hay un diálogo espiritual que entretejer en un mundo multipolar. Y también con Latinoamérica y  Africa, banco de pruebas de la conciencia internacional.

¿Por qué dialogar? Estos años nos han convencido de que el diálogo es algo sin lo que este mundo sería mucho peor. No se pueden calcular los resultados. El diálogo es como la oración. ¿Qué cambia la oración? Pero qué sería de este mundo sin la oración. ¿Qué hubiera sido la experiencia de Guinea sin la oración que lleva al diálogo? ¿Cómo habría terminado Costa de Marfil sin el encuntro entre hombres religiosos que ha fundado la transición en el diálogo?

No es casualidad que en el camino del espíritu de Asís, el diálogo y la oración se entrecrucen entre sí. Un gran personaje espiritual del s.XX, Pablo VI,  afirmaba: “He aquí…. El origen trascendente del diálogo… en la intención misma de Dios. La religión es por su naturaleza misma una relación entre Dios y el hombre. La oración expresa esta relación en el diálogo”. Son las dimensiones espirituales de la paz: paz de los corazones, paz de la relaciones humanas y de las relaciones entre los pueblos.

Por ello pensamos que, mientras que la primera década del siglo XXI, que comenzó el 11 de septiembre, está llegando a su fin, es necesario tener el valor de forzar un tiempo nuevo, capaz de fundar una época de paz en el sentido espiritual. Estos días se hablará de los problemas más diversos. Pero hay una convicción que recorre todas los debates, no se puede olvidar el fundamento espiritual. Porque es un fundamento de paz. Porque es un fundamento que no viene de nosotros. Esto creemos. Creemos que con la fuerza débil de la fe se puede construir con valor un mundo que sea familia de los pueblos.