“Africa rising. Africa on the rise. Emerging Africa”. Así titulan los periódicos económicos y los libros sobre el continente. Simbólicamente dichos anuncios se confirmaron hace un año con la entrada oficial a los BRIC de Sudáfrica. A pesar de los numerosos problemas del continente, la fotografía del África subsahariana actual consiste en esta paradoja: tumultuoso crecimiento y persistente pobreza. Se trata de algo que tiene profundas repercusiones sociales y culturales: África cambia y cambian los africanos. Eso se suma a un escenario geopolítico nuevo con la Primavera árabe y sus repercusiones sobre el resto del continente.
Primavera árabe y África
Sobre la primavera árabe solo algunas breves consideraciones. Los gobiernos árabes parecen indestructibles pero han demostrado toda su debilidad. Los jóvenes han percibido que los regímenes no tenían futuro y han querido deshacerse de ellos. Las jóvenes generaciones del norte de África y de Oriente Medio se sienten hoy sujetos de su historia, no objetos. Reaccionan a la humillación de manera nueva: creen que todo puede cambiar también en sus países. Sin duda saben que deben arriesgar. El ejemplo iraní de 2009, que en cierto modo abrió esta nueva época, y el trágico de la Siria actual, demuestran que es difícil hacer frente a la violencia de los poderes que no quieren ceder. No obstante, eso no basta para frenar las convocatorias espontáneas que desde el diciembre tunecino han inflamado progresivamente todos los países árabes y más allá. ¿Qué piden los pueblos árabes? Más derechos, menos corrupción, trabajo y también libertad, dignidad y democracia. La revuelta “pan e internet” de los diplomés-chomeurs cogió a todo el mundo por sorpresa. No se trata de las habituales jacqueries árabes a las que Occidente ya se había acostumbrado, ni tampoco de amenazadoras masas islámicas fanáticas. No se ha producido ningún complot terrorista. Es una plaza muy moderna y variopinta, que ahora debe hacer frente al desafío de la democracia. Los primeros pasos en Túnez dejan un camino de esperanza; el nuevo equilibrio de poderes en Egipto –aunque frágil– permite adivinar un camino.
La democracia en África
Muchos se han preguntado si los acontecimientos norteafricanos y medioorientales podían contagiar el África subsahariana. Se trata de una pregunta importante, visto que son las zonas más jóvenes del planeta: casi el 70% de la población tiene menos de 30 años. No obstante, creo que hay que invertir la pregunta. Ya se ha producido una primavera africana, y tuvo dos fases. La primera fue a inicios de los años noventa con las conferencias nacionales soberanas que se hicieron sobre todo en los países francófonos y determinaron el nacimiento de muchas democracias, sin duda frágiles, pero reales. Posteriormente el movimiento llegó también a los países anglófonos del África oriental. A esos hay que añadir Mozambique, que alcanzó aquellos mismos años la democracia a través de la paz negociada en Sant’Egidio en el 92, y la Sudáfrica democrática de los acuerdos del 94. Como en todos los fenómenos de este tipo, luego se produjo una reacción que provocó nuevos golpes de Estado y autoritarismos, pero eso no invirtió el impulso inicial. La segunda fase de la democratización del África subsahariana empieza con el cambio de milenio, con la alternancia en muchos países, aunque a través de crisis, como en Costa de Marfil o Guinea. Ejemplos de este periodo son también los de Liberia (que tiene el único presidente mujer del África) y las dos elecciones generales sin incidentes en Nigeria, la primera para el gigante de África (aunque ahora está sometido a la desestabilización de los Boko Haram). Muchas cosas se pueden decir sobre estas novedades pero a pesar de todo África se mueve hacia la democracia. Las recientes transiciones democráticas guineana y nigeriana, la difícil transición malgache, el fin de la crisis de Costa de Marfil son señales positivas en esta dirección. Todavía quedan zonas oscuras como Zimbabue, Sudán y el Cuerno de África. No obstante, la mayoría de los países africanos tienen elecciones multipartidistas desde hace años y el panorama político general ya ha pasado varias alternancias. Ese escenario no está exento de desafíos y riesgos. Sin embargo hay que mirar al África con la percepción que tienen los africanos mismos y no solo la nuestra. Uno de los límites europeos es la repetición obsesiva del mantra de la “estabilidad”. Del mismo modo que muchos se han asustado por la Primavera árabe a causa de dicha responsabilidad, también corren el riesgo de no entender las complejas evoluciones africanas.
África en transformación
La transformación de la sociedad africana se produce a etapas forzadas. La globalización está cambiando la cultura de las jóvenes generaciones africanas urbanizadas, hoy más individualistas que sus padres. Las experiencias de los africanos mismos son distintas y variadas: en el imaginario colectivo de los jóvenes desaparece África como unidad –sueño de los padres– pero todos se sienten distintos. La mentalidad del africano adulto medio está tal vez aún más unida a los viejos mitos pero la percepción de las jóvenes generaciones (mayoritarias) ha cambiado. Está emergiendo un continente más diversificado, no solo económicamente, sino también política y culturalmente. La cultura de los jóvenes se homologa a la de sus contemporáneos de otros continentes. En el pasado las élites africanas creían en los sueños comunes, como la unidad africana. Hoy está emergiendo una clase media africana, con más formación y culturalmente globalizada, pero también más desarticulada y desinteresada en el futuro común. El fenómeno es imponente: se trata del 34% de la población total, más de 300 millones de africanos1. El porcentaje de los pobrísimos en África (personas con menos de 2 dólares al día) ha bajado por primera vez por debajo del 50% del total. Les llaman la generación guepardo, en contraposición a la generación hipopótamo: no esperan la ayuda del sector público, ven oportunidades por todas partes, buscan siempre cosas para hacer y sobre todo no se sienten atados al viejo complejo victimista y paralizador de la controversia sobre el “colonialismo-imperialismo” como hacen los hipopótamos.
Con esta transformación África puede cambiar una condena demográvica en un valor añadido. La prueba es que ha caído el índice de mortalidad infantil en África: del 2005 hasta hoy ha caído un 4% cada año, más rápido que China en los años ochenta cuando se preparaba a ser una potencia. Aunque todavía no se pueda hablar de una revolución social, se trata de todos modos de un gran cambio. Las previsiones del FMI dicen que el África subsahariana debería tener uno de los índices de crecimiento más elevados del planeta: más del 5% de media, algunos países el 8% o más. África ha sido el continente menos afectado por la crisis financiera. En el continente se crea trabajo y hace falta mano de obra especializada en todos los sectores. La nueva generación más formada está a punto pero también llega gente de fuera. De la Europa en crisis cada vez más trabajadores van a África –siguiendo en sentido contrario las antiguas rutas coloniales–: los portugueses van a Mozambique y a Angola, etc. Las llaman migraciones inversas.
A pesar de todo todavía hay hambre, que en Asia ha sido derrotada. África se presenta como el continente de la “paradoja económica” que la distingue desde el inicio del nuevo milenio: crecimiento y subdesarrollo, tradición e individualismo. Aumentan los acomodados pero la distancia entre ricos y pobres aumenta. Los pueblos africanos están sometidos a tensiones fortísimas que los convierten casi en polvorines sociales: la llegada abundamnte de inversiones (desde Asia, pero no solo) ha aumentado la masa de dinero en circulación. Son muchos los que lo han provechado pero son aún más los que van de ciudad en ciudad esperando poderse beneficiar de esta situación. La velocidad de las reglas del mercado no da tiempo a las frágiles instituciones públicas, que están en una fase de inicial democracia, para seguir tales cambios impetuosos con políticas sociales adecuadas2.
Resistencia social y violencia difusa
África se urbaniza rápidamente y desordenadamente. Eso crea oportunidades pero también desequilibrios. Violencia y degradación de la vida civil se convierten en la norma. El factor más preocupante al que asistimos es la difusión de la violencia difusa y de los fenómenos criminales en zonas urbanas y rurales. Fenómenos de tipo “mesiánico” empiezan a verse también en el África subsahariana. Todo eso se suma al fenómeno del terrorismo o del integrismo islámico. Se trata también de la herencia de los conflictos de décadas anteriores y de los innumerables golpes de Estado. La circulación de armas aumenta pero hoy hay también algo más. El nacimiento de bandas organizadas, asociadas a veces a fenómenos de integrismo religioso o extremismo étcnico pero que se dedican sobre todo al tráfico. Las instituciones africanas se encuentran ante desafíos de proporciones gigantescas. Las mismas transiciones democráticas se producen en países frágiles socialmente, en un contexto de precariedad económica que las expone a riesgos. Enteras zonas del continente están fuera de control desde hace tiempo, como el este de la RD Congo o la RCA, a las que se suman las tradicionales áreas de conflicto (Somalia, Sudán, etc). Vuelve, aunque parcelizado, el fenómeno de las terrae incognitae que habíamos visto en África después del fin de la guerra fría. Ese vacío se ha llenado con potentados locales, bandas o grupos criminales que han entrado en el contexto de la globalización a través de tráficos de todo tipo. La región entera del Sahel, por ejemplo, que incluyue las partes desiertas de Níger, Burkina, Argelia meridional, Malí, Mauritania y Chad, es especialmente vulnerable, como se ha visto en el caso de Malí. Contrabandistas, traficantes, terroristas islámicos de AQMI, rebeldes nómadas, etc. se cruzan sin molestarse, en un modus vivendi de intercambio de armas, información y mercancías, y ahora también han ocupado un "país". Los secuestros de ciudadanos occidentales en el Sahel se convierten en una lucrativa forma de intercambio entre grupos. El fenómeno de la piratería en la costa del Puntland somalí –ahora en disminución– forma parte de esta generación, así como el control de enteros países por parte de los cárteles de la droga (Guinea Bissau). Existe un problema de cohesión social del tejido civil. Otro fenómeno que hay que tener en cuenta es el contencioso inmobiliario: cada vez más habrá tensiones sobre cuestiones asociadas a la tierra, tanto por la apropiación de tierras que practican las grandes emrpesas occidentales o asiáticas, como por la mayor circulación de personas que se apiñan en las mismas tierras fértiles y reivindican de varios modos su pasesión o su usufructo. Aquí entra en crisis el tradicional derecho de uso común de las tierras en favor de la propiedad privada y eso comporta muchas consecuencias y un cambio antropológico.
Un informe de la ONU de 2005 sobre “Criminalidad en África”, preveía el bloqueo de las inversiones a causa de la proliferación de los fenómenos de ilegalidad. En realidad ha pasado exactamente lo contrario: criminalidad y violencia difusa se alimentan mutuamente con el crecimiento desordenado de la riqueza. Inversiones conspicuas sin modelo social crean desigualdades y ejercen una fuerte presión en sociedades frágiles. Eso genera fenómenos desconocidos en África hasta hace pocos años que hacen que la vida sea más dura, como el abandono de los ancianos que se produce con rasgos totalmente africanos, como el uso de la acusación de brujería para marginar a los ancianos o incluso asesinarlos. La familia africana tradicional desaparece de las grandes ciudades y es sustituida por una forma local de familia nuclear. También en el caso de los pobres y los indefensos, como los niños de la calle, si antes se soportaban situaciones como algo normal, ahora estalla la intolerancia con expresiones violentas. Justificada por la “necesidad de seguridad”, a menudo con un lenguaje totalmente igual al que se utiliza en Europa, la marginación de los últimos hace posible el linchamiento habitual. Eso mismo ha pasado con los inmigrantes de otros países africanos (véase el caso de los mozambiqueños en Sudáfrica, etc). Al menguar el Estado autoritario africano y debilitarse la estructura familiar o tribal tradicional, se amplía el espacio de la anarquía social en sociedades frágiles.
La historia cambia
África se convierte en el nuevo terreno de competición global entre potencias emergentes y viejas potencias económicas. Aparecen en escena nuevos actores como no solo China, sino también India, Corea, los países árabes, Turquía, Malasia, Rusia y Brasil. Es una cuestión de decisiones políticas y de voluntad. En el África Occidental y Central independientes desde los años setenta, los franceses habían aumentado hasta los 250.000, desde los 120.000 de la colonia diez años antes. A mediados de los años ochenta había 50.000 solo en Costa de Marfil, tres veces más que antes de 1960. Se ha producido, pues, en Ejuropa una verdadera "carrera hacia África", que no hay que olvidar. La presencia europea en el continente es una realidad poscolonial debida a una decisión de cooperación, no un desecho de la historia. Fue una decisión europea, aunque no es ahora el momento de repasar la cooperación de las instituciones europeas con África. Aunque estaba justificada por el interés económico que los nuevos Estados representaban, aquella “carrera” creó lazos, relaciones, vínculos más fuertes que los de la época colonial. Hoy que África ha vuelto a ocupar el centro de los intereses, hay nuevos actores: unos 150/200.000 europeos frente a casi un millón de chinos. Cada día se presentan nuevas oportunidades. Hay que decir, en honor a la verdad, que varios estudios económicos preveían hace pocos años el final de África, como si hubiera una “fatalidad africana” que la destinara al fracaso total. Pero no fue así.
Entre los cambios africanos, fue destacable el que caracteriza la producción cultural y religiosa. Nollywood pretende convertirse en el segundo productor mundial de películas con más de 1.000 al año. Modelos nuevos de éxito se proponen al gran público. El panorama religioso está en plena transformacion con el surgimiento de sectas y religiones autóctonas, con predicadores que tienen un público que sobrepasa las fronteras continentales. La progresión fulgurante de los movimientos neopentecostales tiene en África centros importantes. Nuevas figuras antropológicas del éxito social y del etos económico –muy alejados de los tradicionales– se están forjando sin conexión alguna con los mundos culturales anteriores, tanto el de la colonización como el de la tradición. Eso tendrá pronto un impacto fuerte también sobre la política: emergerán nuevos líderes. Pero ya ahora la mayor parte de los presidentes son neocristianos, mientras que en el mundo de mayoría islámica aumenta la lucha entre el islam tradicional y el importado del neofundamentalismo. La contemporánea debilidad de las estructuras sociales y estatales puede crear nuevas tensiones si los gobiernos no saben seguir el ritmo de las transformaciones.
La tercera liberación
Los primeros años del siglo nos muestran una África en plena evolución. Es el momento de reformar nuestras visiones viejas sobre el continente y adquirir visiones nuevas. Los desafíos son múltiples y las conexiones con los demás continentes, numerosas. Ya no hay una sola África aislada y a la espera: África viene hacia nosotros y no solo con la inmigración. Por otra parte, no está tan lejos el momento en el que los flujos de inmigración se transformarán o disminuirán. Ya se ven algunos indicios: muchos africanos van a buscar trabajo a países más desarrollados del continente.
El crecimiento desordenado plantea un gran desafío: ¿cómo reforzar el Estado para que dirija las decisiones económicas, adapte las estructuras sociales sin volver a ser el estado autoritario y neopatrimonial o cleptocrático que era? Existe una gran demanda sobre la democracia africana y sobre su futuro modelo.
Algunos estudiosos hablan de una tercera liberación que debe llegar. Tras la del colonialismo y la de la tiranía de los regímenes autoritarios, la tercera etapa debe ser la des desarrollo equilibrado. Esta tercera liberación se dirige a la sociedad civil: hay que encontrar nuevas formas de participiación democrática en la construcción del futuro. Eso es lo que auguriamos para el África que crece.
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1Se define como clase media africana a aquellos que pueden gastar entre 2 y 20 dólares al día.
2Aquí se impone una reflexión sobre la demografía asociada al mercado de trabajo: hoy unos 500 millones de africanos están en edad laboral. Serán 1.300 millones en 2050. En Europa disminuirán de los 500 millones actuales (incluyendo a Rusia) a menos de 400. Los demás continentes experimentarán un aumento porcentual más contenido: en Asia de 2.800 millones a 3.400; en América, de 621 a 737 millones. Estos datos permiten ver que Europa pronto necesitará mano de obra disponible más cercana: la africana