Si he aceptado decir unas palabras es porque os contemplo bajo el sol de Dios, iluminados por la oración que muchos de vosotros acabáis de hacer, cada uno según su religión y su conciencia. Mi fuerza es vuestra fuerza. Mi corazón es vuestro corazón. No soy más que uno de vosotros. Y con vosotros grito mi más vivo gracias a la Comunidad de Sant'Egidio, que sin descanso, desde 1986, difunde por todas partes el espíritu de Asís, este espíritu de oración y de reconciliación, que un papa audaz hizo bajar de la ciudad de san Francisco, el poverello.
Y esta tarde es Sarajevo la que tiene este honor, o más bien esta tarea, respondiendo a la petición del gran muftí Cerić i del gran cardenal Puljić, y también de la gran comunidad serbo-ortodoxa y de la antigua comunidad judía.
Sarajevo, que una vez atravesé bajando por el monte Igman, recorriendo el túnel de 800 metros de longitud y un metro y medio de ancho, por debajo del aeropuerto, para visitarte en nombre de Juan Pablo II, en pleno bloqueo de la ciudad. Y rezar contigo un viernes en la mezquita, un sábado en la sinagoga, un domingo en la catedral ortodoxa y luego en la catedral católica.
Sarajevo, yo hoy te digo: ¡Ánimo! ¡Ánimo! Aprende de nuevo a convivir, a mirar al otro sin preconceptos, como si cada uno fuera nuevo, fresco. Ánimo, para hacer que esta tierra sea habitable para los hombres que son todos hermanos e igualmente amados por el mismo Padre de la familia humana.
Sarajevo, tú que con razón estás tan orgullosa de tu pasado, empastado de tolerancia religiosa y de intercambios culturales, vuelve a ser plenamente la que eres, al servicio de todos los pueblos y de todas las religiones. Sarajevo, Sarajevo, te lo digo: Dios juzgará a la humanidad por lo que pasa ante tus ojos.
Sarajevo te lo pido: dale la mano a tu vecino, sea quien sea, y juntos alzad todos vuestras manos unidas hacia Dios. Gracias.