EN LOS CAMINOS DE LA PAZ CON MONSEÑOR RIVERA DAMAS
Monseñor Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador, en las palabras de presentación de una tesis elaborada por Ulrike Purrer Guardado sobre Monseñor Rivera Damas y su aporte para la paz en el Salvador, decía: “He sido testigo cercano de la dramática historia de El Salvador en esos terribles años, cuando se cumplían las conocidas palabras:”en un conflicto armado, la primera víctima es la verdad” Por eso, el arzobispo mártir Oscar Arnulfo Romero se sintió impulsado a proclamar la verdad que le era negada al pueblo salvadoreño, llegando a ser “Voz de los que no tienen voz”. Y fue la verdad la que siguió proclamando, con lenguaje pausado pero firme y valiente, el hombre de Iglesia que fue Monseñor Rivera Damas, sucesor de Romero”
“A Monseñor Rivera Damas” –continuaba diciendo Monseñor Rosa Chávez- “debemos la creación de la Oficina de Tutela legal del Arzobispado, organismo de derechos humanos que tiene como lema “La paz construye sobre la verdad”. Tres fueron los “frentes de lucha” del pastor para construir la paz: la defensa de los derechos humanos; la formación de la opinión pública en la visión cristiana de la paz, y la participación directa en el proceso de diálogo y negociación entre el gobierno salvadoreño y la guerrilla. Al Arzobispo Rivera Damas, le tocó servir de intermediario y luego de mediador en los primeros cinco años del proceso de diálogo que culminó con la firma de los Acuerdos de Paz de 1992. En pleno desarrollo de esta delicada tarea, pronunció una frase lapidaria cuando le preguntaron si en esta nueva situación renunciaría a la denuncia de los abusos que ambas fuerzas en conflicto cometían durante la guerra, dijo:”Los derechos humanos no son negociables”
1. Humanización del conflicto
En su tesis: La Iglesia y Arzobispo Arturo Rivera damas en el proceso de paz en El Salvador, Ulrike Purrer Guardado se queja de que el trabajo por la paz realizado en San Salvador por Monseñor Arturo Rivera Damas, sea casi totalmente desconocido en el exterior e ignorado en el interior de su propio país, El Salvador. La defensora de la tesis le llama “Artesano de la paz”. A pesar de esto, fue mal tratado por las autoridades salvadoreñas que no quisieron apreciar su labor pionera por la paz en El Salvador.
A Monseñor Rivera Damas le tocó pastorear la iglesia que peregrina en San Salvador, en un tiempo de conflicto bélico interno. Su papel como pastor, lo abordó ante todo como propulsor de la humanización del conflicto. Esto implicaba seguir convenciendo a las partes en conflicto bélico, “a tiempo y a destiempo” como dice San Pablo, en la necesidad de poner paro al conflicto, escuchando el llamado que tan vehementemente había hecho Monseñor Romero a hacer uso del diálogo, del entendimiento, de convenios. También, y en el mismo sentido, trabajó mucho en la defensa de los derechos humanos. En esta área fundó Tutela Legal, que trabaja con sentido de iglesia, con especial asistencia a las familias que acusaban personas, miembros de sus familias, desaparecidos.
La atención a las familias refugiadas y desplazadas por el conflicto bélico, fue otra área de su especial y pastoral cuidado. A este aspecto orientó el trabajo y servicio del Secretariado Social del Arzobispado. Uno de los centros que albergó refugiados de guerra, fue el Seminario Central de San José de la Montaña. En menos de un año, la Iglesia de San Salvador albergaba a no menos de 5,000 personas, poniendo en servicio a mas de 12 refugios, en donde se prestaban servicios médicos, psicológicos y educativos. Recuerdo también como la Comunidad de S.Egidio aporto una gran cantidad de ayuda muy útil haciendo llegar a San salvador toneladas da alimetos y medicamentos en el 1986.
Los refugiados en Estados Unidos, a donde habían huido para escapar a amenazas de muerte, fue un capítulo difícil para Monseñor Rivera Damas, porque los Estados Unidos sólo reconocían como refugiados políticos y de guerra, a los nicaragüenses. Los refugiados salvadoreños no eran asumidos como tales por el gobierno norteamericano, sino como gente que venía a buscar mejores horizontes de vida en los Estados Unidos. Frente al rigor del gobierno Norteamericano, Monseñor Rivera Damas hacía gestiones, incluso al alto nivel del Presidente de los Estados Unidos, para que consideraran a los salvadoreños al mismo nivel que los refugiados de Nicaragua.
Otro aporte excepcional que dio Monseñor Rivera Damas al proceso de paz fueron los múltiples intercambios de prisioneros políticos y lisiados de guerra. Con el apoyo de la Cruz Roja Internacional, algunos diplomáticos internacionales y muchas veces con la ayuda del obispo alemán, Emilio Sthele, se liberaron decenas de personas que después, en algunos casos, fueron llevados al extranjero. Entre estas personas se cuentan civiles, militares, ciudadanos de clase económica alta y también, de escasos recursos, de uno u otro bando en contienda. De esta manera, los obispos Rivera Damas y Monseñor Stehle querían demostrar que sus intervenciones no eran ningún protagonismo interesado de la iglesia Católica, sino que se trataba de la humanización de la guerra y del acercamiento de las partes en conflicto a través de un servicio ecuménico y desinteresado por parte de las Iglesias.
El 20 de noviembre de 1989, las fuerzas revolucionarias guerrilleras se tomaron, mano armada, el hotel Sheraton de El Salvador, en donde se alojaban algunos asesores militares de los Estados Unidos y el mismo secretario general de la OEA, el señor Joao Baena Soares, que había llegado a El Salvador para apoyar las negociaciones por la paz. Fue una vez más, Monseñor Rivera Damas junto con Monseñor Stehle quienes lograron que los guerrilleros dejaran en libertad a las personas detenidas en el hotel.
2. Apagar el fuego encendido por la guerra
Fue incansable Monseñor Rivera Damas, en hacer llamados a la paz, al acercamiento de las partes en contienda bélica, a dialogar.
Los medios de comunicación social estaban exclusivamente en manos de empresarios. Ellos negaron a Monseñor Rivera Damas, el acceso a dichos medio de comunicación. El Arzobispo echó mano entonces, de los pocos medios de comunicación que tenía la Iglesia católica en San Salvador: radio YSAX y Semanario escrito ORIENTACION.
Antes de la visita del papa Juan Pablo II a El Salvador, la primera de ellas en 1983, el Papa nombró arzobispo de San Salvador a Monseñor Arturo Rivera Damas. El Papa hizo ver de este modo, la confianza enorme que tenía en Monseñor Rivera Damas, reconoció su experiencia pastoral, aprobó el modo extraordinario cómo había manejado los asuntos de la Arquidiócesis de San Salvador durante los dos años que la sirvió como mero Administrador Apostólico de la Arquidiócesis. Nombrarlo Arzobispo en esos momentos, era también un signo innegable de apoyo del Papa a la labor humanizadora del nuevo Arzobispo.
Contribuyeron a acrecentar la labor pacificadora de Monseñor Arturo Rivera Damas en el conflicto que oponía a los salvadoreños, las treguas del conflicto bélico que logró pactar con los bandos en contienda: por ejemplo, cuando la visita del Papa a El Salvador, en marzo de 1983; también, las treguas a que se comprometieron los combatientes observar cada año, desde 1983, con ocasión de Navidad y de la Semana Santa. Monseñor Rivera aprovechaba estas oportunidades para tratar de convencer a los hombres empeñados en hacer la guerra de que, si era posible, como lo demostraban, hacer treguas durante 24 horas, por qué no detener la guerra para siempre.
La mediación que el Presidente Napoleón Duarte pidió a Monseñor Arturo Rivera Damas en la mesa de diálogo que el Presidente pactó entablar con los representantes de la Guerrilla, manifiesta el prestigio humano que Monseñor Rivera Damas tenía a los ojos de los políticos y contendientes, en materia de pacificación. Para la iglesia, el hecho mero de sentarse en torno a una misma mesa los bandos contrarios en contienda, era un avance notable en el camino de búsqueda al cese del fuego, no importa que las conversaciones hubiesen llegado o no a resultados positivos.
3. Eliminar las causas del incendio
El tercer aspecto de la labor pacificadora de Monseñor Arturo Rivera Damas fue bajo la consigna de, tomando palabras del mismo Arzobispo, “apagar las causa del incendio”. Las causas no sólo eran del orden económico, social o político, también el hecho de que la población estaba mal informada, por lo mismo desorientada y, por ende, ajena a la participación del logro de la paz por los medios de la razón y de la humanidad. Monseñor Rivera Damas trataba de llenar este vacío o curar esta enfermedad, por medio de la homilía dominical cuya parte última estaba dedicada a hacer una sintesis, desde la fe pero con conocimiento de hechos y de su causas, de la realidad que vivía el país.
El más significativo aporte del Arzobispo Arturo Rivera Damas para contribuir a eliminar las causas del conflicto armado de los salvadoreños, fue la convocación que hizo a un Debate Nacional. El entonces Rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), el padre Ignacioa Ellacuria saludó este suceso como “uno de los acontecimiento importantes de 1988 en El Salvador”
Monseñor Rivera Damas consideraba el Debate nacional como un mecanismo complementario al diálogo ya iniciado entre las fuerzas gubernamentales y las fuerzas insurgentes; pero, a diferencia de él, el Debate nacional debía apuntar a la reconciliación nacional, debía ser un foro abierto a todos los sectores no involucrados en el conflicto bélico. De acuerdo al Arzobispo de San Salvador, el diálogo entre las fuerzas involucradas en el conflicto bélico era necesario para encontrar caminos que pongan paro al sangramiento de la nación; pero, era necesario poner también a la ciudadanía en estado de búsqueda de caminos de paz. Monseñor Rivera Damas pensaba que el Debate nacional podía abrir espacios de diálogo para la pacificación en sectores sociales hasta ahora no explorados.
La primera reacción a la convocación al Debate nacional no fue del todo negativa: vino del Jefe del estado mayor de la Fuerza Armada, General Adolfo Blandón, expresando que “cualquier debate que se realice con el objeto de alcanzar la paz, es digno de tenerlo en cuenta, y es una acción loable, principalmente si lo hace la Iglesia católica” (El Mundo, 2 de marzo de 1987). Pasadas las elecciones de 1988, el espacio para el diálogo político se redujo y dejaba manos libres a las fuerzas en conflicto bélico civil, con un mayor sangramiento de la población. En estas precisas circunstancias volvió a asomar el Debate nacional propuesto por la Iglesia, como un tímido intento de búsqueda de paz, en medio de un mar terrible de violencia. Monseñor Rivera Damas estaba convencido de que los salvadoreños carecían de una visión humana de la situación, y que las fuerzas en litigio sacrificaban los intereses civiles en aras de los intereses de partidos, con lo cual se daba mayor espacio a las fuerzas hegemónicas internacionales.
Los grupos de extrema derecha se opusieron al Debate nacional convocado por la Iglesia católica calificándolo de anticonstitucional, y acusando a la Iglesia de inmiscuirse en los asuntos políticos del país. En contraste con las organizaciones de ultraderecha, las organizaciones populares respondieron positivamente a la invitación de la Iglesia para el Debate nacional. La Conferencia de los obispos de El Salvador (CEDES) publicó, el 22 de julio de 1988, su respaldo a la iniciativa del Arzobispo Rivera Damas, declarando que el Debate nacional es “un imperativo moral”. A la fecha del 23 de julio, no menos de sesenta organizaciones civiles habían respondido favorablemente a la participación en el Debate nacional, la mayoría eran gremios independientes y apolíticos. Lo hicieron también, muchas prestigiosas universidades, entre las que descollaban la Universidad Nacional y la Universidad Centroamericana, José Simeón Cañas, dirigida por los padres jesuitas.
En los días 3 y 4 de septiembre de 1988, se realizó la asamblea pública del Debate nacional en los salones de La Sagrada Familia, uno de los prestigiados colegios católicos de San Salvador. La mecánica fue sencilla y eficaz.
En los dos días anteriores, los representantes de 60 organizaciones habían discutido las 164 tesis contenidas en el documento-síntesis, de las cuales fueron aprobadas 147 tesis que alcanzaron el 50 por ciento de aprobación de las organizaciones participantes. En este consenso quedó reflejada la voluntad política de sectores sociales y productivos del país de muy distinta filiación ideológica.
El Debate nacional coronó sus esfuerzos el 23 de septiembre de 1988, cuando Monseñor Arturo Rivera Damas entregó al Presidente Duarte el documento final. Igual entrega hizo posteriormente a la dirigencia del FMLN, y a otros sectores políticos del país, incluyendo a la extrema derecha. El Debate nacional había cumplido su misión. No todos participaron en él, pero aun en estos sectores sociales quedó fundada la convicción de que por ese camino podía encontrarse una solución al entrampado problema de violencia que vivía el Salvador de la época. En una palabra, el Debate nacional hizo conciencia.