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Hilde Kieboom

Comunidad de Sant’Egidio, Bélgica
 biografía

 El tema de Europa es recurrente en nuestros coloquios interreligiosos, en el Espíritu de Asís. 

Este año, cuando recordamos los 30 años de la caída del Muro de Berlín, nos preguntamos hasta qué punto esta gran sorpresa europea ha desencadenado cambios globale 
 
De hecho, como Sant’Egidio creemos que la unificación europea es un proyecto de reconciliación y de colaboración, en un continente que ha visto devenir por dos veces en el siglo pasado, sus guerras mundiales. Entonces, una Europa más unida es un proyecto de paz, un modelo de integración entre las naciones, de superación de la miopía nacionalista. Y un modelo de vivir juntos entre los que son diferentes. Para los padres fundadores de la Europa era necesaria visión, pathos (sentimientos de conmoción) y coraje, para hablar de paz y colaboración entre Franceses y Alemanes que se habían combatido duramente durante las dos guerras mundiales, pero hoy las jóvenes generaciones consideran esta colaboración como algo ya adquirido: se hacen casi naturalmente intercambios en el periodo de los estudios, se encuentra más fácilmente trabajo en otro país europeo, la moneda nacional se ha vuelto paran los adultos y los ancianos un recuerdo lejano en los países de Europa. El movimiento juvenil Youth for Climate, iniciado por la jovencísima Greta Thunberg en Suecia, se ha vuelto rápidamente, y en modo natural, un movimiento europeo.
 
Por esto la actual crisis política europea con el crecimiento de partidos populistas, fascistas y racistas, y su atracción en las franjas juveniles de la población, es tan desconcertante: después del trabajo de tres generaciones en el campo político pero también en el campo cultural de las mentalidades, parece que algunos estén volviendo a viejas disputas que evocan viejos prejuicios entre Norte y Sur, entre latinos y germanos, entre oeste y este. En definitiva, cuando el modelo del convivir parece adquirido, otros proyectos centrífugos y de repliegue nacionalista o regionalista parecen adquirir un nuevo ímpetu convincente. Pensemos en los movimientos Alternative für Deutschland, en Jeunesse identitaire en Francia, en los Fratelli d’Italia, en el movimiento de Thierry Baudet en Holanda, en Schild en Vrienden en Flandes: aunque sean diferentes entre ellos, son movimientos que remarcan la identidad, los cuales – a pesar de la secularización generalizada – hacen muchas veces una referencia a la fe cristiana, como elemento de la identidad nacional o europea, sobre todo en clave anti-musulmana. Sus campañas en las redes sociales parecen conquistar muchos corazones, incluso entre las jóvenes generaciones.
 
¿Qué está sucediendo? ¿Cómo hemos llegado a esta crisis?
 
Es claro que algunos recientes desarrollos internacionales han sacado a la luz la fragilidad europea. Pensemos en el estado de crisis permanente que ha suscitado la elección por el Brexit, si bien también hay que constatar que paradójicamente la dificultad para encontrar el camino para dejar la Unión Europea demuestra hasta qué punto los pueblos y las naciones europeas están relacionados los unos con los otros. La dificultad de levantar nuevas fronteras – allí donde habían sido abolidas – como es el caso en la delicada frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, durante muchos decenios teatro de violencia, demuestra de hecho que el proyecto de unificación y colaboración europea es y permanece sobre todo un proyecto de paz, en el que pueblos y naciones que se han combatido durante siglos, aprendan a convivir y colaborar pacíficamente, con un enfoque intencionalmente supranacional. El retorno a un discurso ‘soberanista’ es peligroso en la medida en que se pueden despertar viejos demonios que han hecho derramar mucha sangre en Europa.
 
La fragilidad europea – y la desaparición del  atractivo de la idea de Unión – nótese también en  las fronteras de la Unión, donde desde hace años están en curso conflictos armados, desde Ucrania a Armenia, de Siria a Libia, - el denominado ‘anillo de fuego’ – que son fuente de gran inestabilidad y de flujos migratorios, que dividen también a los pueblos europeos. El ‘soft power’ europeo, aquel poder estabilizador del cual se alardeaba la Unión Europea gracias a su atracción – que ha funcionado para estabilizar algunos conflictos sobre todo balcánicos, pero no sólo – parece ahora poco convincente y débil, respecto al ‘hard power’, el poder duro. El retorno de poderes ejecutivos ‘fuertes’, como lo vemos en algunos estados europeos también, parece poner en evidencia una cierta ‘debilidad’, algunos dirían directamente una cierta ‘decadencia’, de las democracias liberal-democráticas europeas.
 
La cuestión migratoria – más allá del envejecimiento, la gran característica de nuestros Siglo XXI - ha puesto en modo dramático el dedo sobre la llaga de la falta de unidad europea: no porque la llegada de algunas decenas de miles de prófugos desmantelaría la seguridad social de los distintos países – sobre 513 millones de habitantes en Europa solo el 4% es migrante extra-comunitario, y la mayoría de los flujos migratorios mundiales no es recibido en Europa sino en los otros continentes – sino porque las imágenes indignas y deshumanizantes en el Mediterráneo revelan que la frontera Sur no ha sido considerada como la frontera de todos los países Schengen. El Mediterráneo con los puertos cerrados y con la dramática decisión de romper con la tradición plurisecular de salvar en el mar, vuelve claro el retroceso de la civilización europea. Con el arrastre de un país al otro de los pobres refugiados agotados, durante días y semanas antes de poder desembarcar, asistimos  a un verdadero “shock” de egoísmos, que pone en juego el mismo humanismo europeo hecho del estado de derecho, de solidaridad y de paz. Si bien la globalización ha hecho caer muchas fronteras, el mercado global y los egoísmos nacionales están erigiendo rápidamente nuevos muros detrás de los cuales los pobres son cada vez más criminalizados. Los migrantes que escapan de la guerra, del cambio climático o de la pobreza se ven rechazados en un modo que poco tiempo atrás era inimaginable del continente que presume ser el de la tolerancia y de los derechos. 
 
El debilitamiento de la vida cristiana con su llamada a reconocer en el extranjero a Cristo mismo, pero en modo más general también el debilitamiento de las redes sociales, de la vida asociativa y comunitaria, han dejado al hombre y a la mujer europeos más solos. Según las estadísticas europeas un tercio de la población europea vive sola, y en las ciudades la mitad. La soledad, en general considerada como la enfermedad que más sufren los ancianos, se ha vuelto ya la condición generalizada de muchos europeos, incluso jóvenes. “No es bueno que el hombre esté solo” dice la sabiduría de la Biblia: las consecuencias de un continente de muchos individuos solos devienen claras: quien está solo es antropológicamente más frágil: es más influenciable y manipulable por las redes sociales, compañeros omnipresente de nuestros contemporáneos; quien es frágil deviene más fácilmente rehén de sentimientos de sospecha y de hostilidad, tan extendidos sin vergüenza por agencias internet sin rostro. Vemos a muchos de nuestros contemporáneos en Europa, quizás instruidos y competentes, libres y emancipados, pero drogados por las redes sociales y vaciados por dentro, diría espiritualmente analfabetas. Para vivir juntos es necesario conocerse, y para conocerse es necesario hablar, dialogar, interesarse. Típico de la cultura populista es que no dialoga con el otro, no lleva argumentos, pero se burla, vuelve al otro ridículo. El vivir juntos es posible solo con el diálogo, cuando uno se interesa, tiene curiosidad por lo que piensa el otro.
 
El vacío, especialmente si se acompaña con ignorancia, es siempre un terreno peligroso para hacer cohabitar lo que el Papa Francisco ha llamado durante su visita por  los 50 años de Sant’Egidio una dupla peligrosa: el miedo y la rabia. En una cultura de egoísmo generalizado y de pensamientos cortos falta un pensamiento profundo y largo, y este vacío es llenado fácilmente por el miedo: uno se siente inseguro en una sociedad europea que nunca ha sido segura como la de hoy, se siente la necesidad – en el nombre de la propia identidad – de defenderse de la presencia y de la influencia de los demás, uno se siente víctima de un mundo demasiado grande y complejo. 
 
El camino del “espíritu de Asís” recorrido juntos hace más de 30 años, me parece una gran reserva de paz y de nueva cultura compartida, que está todavía poco estudiada y aplicada. Según el espíritu de Asís, más se está arraigado en la propia tradición más los creyentes pueden encontrar el coraje de interesarse por el otro. Es Francisco, el santo de Asís, quien nos dice que es necesaria gentileza, paciencia y aún más cortesía (digamos virtudes femeninas más dulces) para dialogar con el otro. A 800 años del histórico encuentro del santo con el sultán de Damieta, es necesario comprender en modo renovado el sentido de la propia conversión: la conversión que hay que hacer no es hacia otra religión, ni asimilación del migrante en la Leitkultur/canone (cultura dominante) del país que recibe – presuponiendo que exista unanimidad acerca de que signifique ella – sino que vivir juntos en modo seguro requiere hoy de parte de todos un esfuerzo mayor de comprensión del otro, de ir más allá de la propia ignorancia, para poder apreciar la belleza y la cultura muchas veces refinada. Esta es la rebelión al gusto machista – muchas veces ejercitado también por mujeres – de humillar, de intimidar y de ridiculizar al otro. Esto requiere la paciencia del conocimiento del otro, la humildad de la cortesía. Este modo espiritual de considerar al otro y de comportarse con el otro, puede liberar una energía moral, a mi parecer necesaria para no caer en la trampa del miedo y de la rabia.
 
Este verano miles de jóvenes de Sant’Egidio provenientes de 18 países europeos han ido a Auschwitz, no solo porque no quieren olvidar el indescriptible sufrimiento del pueblo judío durante la Shoah, sino porque también quieren vivir en modo pensativo y reflexivo - con un corazón capaz de pensar, come decía Etty Hillesum, muerta en Auschwitz - para encontrar el coraje y reaccionar hoy ante toda forma de vida cerrada, violenta y egoísta. Como jóvenes europeos han dicho que no podemos separarnos jamás de Auschwitz! En la basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina en Roma, entre las reliquias de los mártires de nuestro tiempo, se encuentra un pedazo de alambre de púa de Auschwitz, para no olvidar nunca este “infierno sobre la tierra” y para hacer gritar a esta madre de los genocidios su rebelión contra la fuerza del mal. 
Para diferenciarse de la cultura y de la religión de las emociones dominantes, las Comunidades de Sant’Egidio en Europa se comprometen en modo concreto a recoser el tejido humano entre viejos y nuevos europeos, organizando marchas de antorchas para conmemorar la deportación de los Judíos y de los gitanos de sus ciudades, o a través de encuentros festivos de iftar ofrecidos a los musulmanes de la ciudad como signo de cercanía y aprecio. O también Sant’Egidio ha dado vida a los Corredores Humanitarios en varios países europeos junto a iglesias cristianas y diferentes religiones para garantizar un safe passage a los refugiados de Siria en Europa y para luego acogerlos e integrarlos en las comunidades existentes. Transmitir esta cultura del vivir juntos a las jóvenes generaciones es un modo de evitar las pasiones nacionalistas y la ira racista y advertir sobre toda forma nueva o antigua de anti-semitismo, di anti-gitanismo y de racismo. Vivir juntos es la mejor aseguración para la seguridad sobre nuestro planeta.