Hemos vivido días intensos de amistad y reflexión en Madrid sobre el tema "Paz sin fronteras". Ya nosotros, en esta ceremonia final, estamos viviendo la belleza de un mundo sin fronteras. Sin renunciar a nuestras tradiciones, convicciones o identidades. No nos hemos puesto máscaras ni hemos hecho concesiones para llegar a un acuerdo fácil. Sentirnos orgullosos de nuestras diversidades no está en contraposición con la belleza de la unidad.
Hemos rezado en lugares distintos, porque distintas son las religiones. La confusión y el sincretismo no caben en la concepción de los pueblos creyentes. No hemos rezado los unos contra los otros. No hemos rezado los unos olvidando a los otros. Ahora, en el corazón de Madrid, brota de la fuente de la oración, de la conciencia humanista, una súplica que se convierte en grito y en invocación: ¡que llegue la paz, una gran paz por encima de las fronteras!
¡El cielo es uno solo! Al cielo todos se dirigen rezando: tanto en la desesperación como en la alegría, tanto desde los precarios refugios bajo las bombas en Siria, como en el culto de las iglesias, de las sinagogas, de las mezquitas o de los templos. El cielo no es prisionero de las fronteras. Porque el Dios del cielo y de la tierra, de la paz y la misericordia es para todos. El hombre y la mujer que sufren, oprimidos por la pobreza, las enfermedades y las guerras o expuestos a las catástrofes naturales, cuando tienden sus manos en busca de salvación no tienen color, etnia, nación o señas distintivas. Estamos aquí también por ellos: su grito no puede quedar atrapado tras los muros, o bajo la indiferencia.
Que surja en la oración una paz que, desde el corazón, se irradie a quienes tenemos cerca y al mundo entero. Nadie puede quitarnos la paz de nuestro corazón. Esa paz es una fuerza más potente y convincente que la violencia o la prepotencia del dinero y de los intereses partidistas.
En el mundo global todos necesitamos una casa para vivir: un país, una lengua, una cultura. Pero el mundo es una aldea global con muchas casas diferentes: es la casa común. Lo llamamos "ecumene", palabra llena de significado, cuya etimología significa casa donde todos vivimos. Es la ciudad de la convivencia. Desde Madrid nos comprometemos a considerar la casa del vecino no como la de un extraño, sino como la de mis parientes. "Todos parientes, todos diferentes", decía una superviviente de los campos nazis. Solo construyendo puentes de diálogo y de encuentro, entre las casas de la aldea global podrá fluir el río de la paz.
El medio ambiente muestra hoy signos de gran sufrimiento: esto nos llama a la conciencia de una casa común. Hoy mostramos nuestra solidaridad con los pueblos del Amazonas. El aire que respiramos no conoce aduanas: es el mismo para todos. Precisamente los jóvenes han sido los primeros que lo han comprendido y se movilizan en todo el mundo con generosidad por un planeta vivible. ¡Y muchos jóvenes han participado en este encuentro de Madrid!
Treinta años después de la caída del muro de Berlín, "Paz sin fronteras" significa no a los muros cualquier tipo. Que los hombres y las mujeres de religión asuman la tarea histórica y profética de romper las barreras y unir el mundo. Lo harán con la fuerza débil de la oración, del diálogo y del encuentro. Para que haya paz sin fronteras. Esta paz liberará del orgullo de la soledad y de la supremacía; llevará diálogo allí donde hay guerra; cooperación en la lucha contra las grandes pobrezas; y generará responsabilidad hacia tantos migrantes y refugiados que buscan casa en el mundo. Dios nunca nos divide, sino que nos une.
Nuestro trabajo no ha terminado, al contrario, se nos presentan nuevos desafíos.