Ilustres representantes de las Iglesias cristianas y de las grandes religiones mundiales,
Queridos amigos,
Hemos llegado al final de tres días de diálogo, de amistad y de oración, aquí en Chipre. Somos gente de historia, de religión y de cultura diferente. Testigos de la riqueza de espiritualidad y de humanidad de nuestro mundo. Esta riqueza ha sido humillada o ha quedado olvidada con demasiada frecuencia. Se le ha dado poco valor en la construcción del mundo.
Hoy, en una crisis mundial de grandes proporciones, cuyas consecuencias no podemos prever, oímos decir que la economía, las finanzas, no lo son todo. Que demasiadas cosas se han dejado a un lado: todo lo relativo a lo humano, al espíritu. Efectivamente, hay demasiada pobreza. Para construir el bienestar de pocos, hemos permitido que crezca un mundo de dolor para muchos. Todavía hay demasiadas guerras abiertas. La violencia siempre empeora la humanidad. Demasiada gente sufre sin que se tomen las medidas justas y se utilicen los recursos disponibles para intentar resolver las situaciones dolorosas en las que viven.
Pienso también en esta Chipre, para la que deseamos que se restablezcan la justicia y la paz. Lo decimos mientras damos las gracias a la gente de Chipre por su acogida, en especial a Su Beatitud Crisóstomo II, que ha querido este encuentro y que le ha dado su apoyo generoso con sus fuerzas. Doy las gracias al Presidente Dimitris Christofias y al Gobierno de la República de Chipre. Que esta oración por la paz pueda marcar el inicio de una nueva etapa para Chipre, hermosa y herido, última parte de Europa ocupada.
Que un nuevo viento de paz pueda soplar en el cercano Oriente Medio, en Irak, en el África que sufre. No podemos dejar engangrenar los conflictos durante décadas. ¡Hacen falta valientes y generosas decisiones de paz!
El viento de paz es un don de Dios. Pero los hombres, las mujeres, los pueblos tienen una responsabilidad grande: pueden hacer mucho. Es lo que hemos aprendido en Chipre, en días que han sido escuela de paz y de diálogo. La medicina del diálogo permite curar muchos conflictos. Aquel que dialoga no hace la guerra y no utiliza la violencia, porque escucha y habla. El diálogo revela que el uso de la fuerza y la guerra no son inevitables. El diálogo no nos deja indefensos, sino que protege. No debilita, sino que refuerza. Transforma al extraño y al enemigo en alguien de tu familia, mientras que libra del demonio de la violencia. Por eso nada se pierde con el diálogo, todo es posible con el diálogo.
Las religiones están llamadas a la gran tarea de hacer crecer un espíritu de pez entre los hombres. Es el espíritu de Asís, que sopla desde 1986, y cuyo iniciador fue Juan Pablo II. En el espíritu de Asís, Juan Pablo II camina todavía con nosotros. Es aquel espíritu que sopló en Nápoles, el año pasado, que hemos vivido aquí y que nos acompañará el año que viene en Cracovia y en Auschwitz. Porque no se puede renunciar a lo que es un don de Dios.
Hace falta este espíritu de humanidad, de diálogo. No es algo demasiado simple, ingenuo, mezquino, ante la compleja máquina de la economía o a los mecanismos de una política cansada, en muchas partes del mundo. Es lo que falta: la simplicidad esencial de ser auténticos, humanos, hermanos, pacíficos. Es cuanto dice Juan Crisóstomo: “sed simples con inteligencia”. Con la simplicidad de los peregrinos de paz que sueñan un mundo nuevo, sin guerra y sin violencia, continuemos nuestro camino en la vida de cada día reforzados por el gran y conmovedor encuentro de estos días de Chipre.