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A mi venerable hermano
Reinhard Cardinale Marx
Arzobispo de Múnich y Freising


Dentro de pocas semanas se cumplirán veinticinco años de la invitación que el beato Juan Pablo II dirigió a los representantes de las distintas religiones del mundo a converger en Asís para realizar un encuentro internacional de oración por la paz. Tras aquel memorable evento, año tras año la Comunidad de Sant’Egidio realiza un encuentro por la paz para profundizar más en el espíritu de paz y de reconciliación y para que Dios en la oración nos transforme en hombres de paz. Me alegra que el encuentro de este año tenga lugar en Múnich, la ciudad de la que fui obispo, la víspera de mi viaje a Alemania y en preparación para la ceremonia de recuerdo del veinticinco aniversario de la oración mundial por la paz de Asís, que tendrá lugar el próximo mes de octubre. Con gran placer transmito a los organizadores y a los participantes en el encuentro de Múnich mi proximidad espiritual y les dirijo de todo corazón mis mejores deseos para que sea una bendición.
El título del encuentro por la paz (“Bound to live togethe” / "Convivir es nuestro destino") nos recuerda que nosotros, los seres humanos, estamos unidos unos a otros. Este convivir es en el fondo una simple predisposición, que deriva directamente de nuestra condición humana. Es, pues, tarea nuestra darle un contenido positivo. Convivir puede transformarse en vivir unos contra otros, puede convertirse en un infierno, si no aprendemos a acogernos mutuamente unos a otros, si cada uno no quiere ser más que él mismo. Y abrirse a los demás, ofrecerse a los demás también puede ser un don. Todo depende de interpretar la predisposición a convivir como un compromiso y como un don, de encontrar el verdadero camino para convivir. Ese convivir, que en el pasado podía quedar circunscrito a una región, hoy solo se puede vivir a nivel mundial. El sujeto del convivir es en la actualidad toda la humanidad. Encuentros como el que tuvo lugar en Asís y el que se celebra hoy en Múnich son ocasiones en las que las religiones pueden interrogarse sobre ellas mismas y preguntarse cómo ser fuerzas del convivir.
Cuando nos reunimos los cristianos, recordamos que por la fe bíblica Dios es el creador de todos los hombres, sí, Dios desea que nosotros formemos una única familia, en la que todos seamos hermanos y hermanas. Recordamos que Cristo anunció la paz a quienes están lejos y a quienes están cerca (Ef 2, 16 ss). Eso lo debemos aprender siempre nuevamente. El sentido fundamental de dichos encuentros es que nosotros debemos dirigirnos a los que están cerca y a los que están lejos en el mismo espíritu de paz que Cristo nos enseñó. Debemos aprender a vivir no unos junto a los otros, sino unos con los otros, es decir, debemos aprender a abrir el corazón a los demás, a permitir que nuestros semejantes participen en nuestras alegrías, esperanzas y preocupaciones. El corazón es el lugar en el que el Señor se acerca a nosotros. Por eso la religión, que se basa en el encuentro del hombre con el ministerio divino, está asociada de manera fundamental con la cuestión de la paz. Si la religión no acude al encuentro con Dios, si rebaja a Dios a su nivel, en lugar de elevarnos a nosotros hasta él, si lo convierte de algún modo en una propiedad nuestra, entonces de ese modo puede contribuir a la disolución de la paz. Por el contrario, si la religión lleva a lo divino, al creador y redentor de todos los hombres, entonces se convierte en una fuerza de paz. Sabemos que también en el cristianismo ha habido distorsiones prácticas de la imagen de Dios, que han llevado a la destrucción de la paz. Todos somos llamados a dejar que el Dios divino nos purifique, para convertirnos en hombres de paz.
Nunca debemos disminuir nuestros esfuerzos comunes por la paz. Por eso las múltiples iniciativas que tienen lugar en todo el mundo, como el encuentro anual de oración por la paz de la Comunidad de Sant’Egidio y otras iniciativas similares, tienen un gran valor. El campo en el que debe prosperar el fruto de la paz tiene que cultivarse siempre. Muchas veces no podemos más que preparar incesantemente y con muchos pequeños pasos el terreno para la paz en nosotros y a nuestro alrededor, pensando también en los grandes desafíos a los que hace frente no el individuo sino toda la humanidad, como las migraciones, la globalización, las crisis económicas y la protección de la creación. Por último, sabemos que no podemos simplemente “hacer” la paz, sino que siempre la debemos “recibir”. “La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto que realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente” (Mensaje para la jornada mundial de la paz, 2011, 15). Precisamente por eso es necesario el común testimonio de todos aquellos que buscan a Dios con un corazón puro, para hacer realidad cada vez más la visión de una convivencia pacífica entre todos los hombres. Desde el primer encuentro de Asís hace 25 años han habido y hay muchas iniciativas para la reconciliación y la paz que llenan de esperanza, aunque por desgracia también hay muchas ocasiones perdidas, muchos pasos atrás. Terribles actos violentos y terroristas han ahogado una y otra vez la esperanza de la convivencia pacífica de la familia humana en los albores del tercer milenio, viejos conflictos subyacen o estallan de nuevo, y a esos se les suman nuevos enfrentamientos y nuevos problemas. Todo ello nos demuestra claramente que la paz es un mandato permanente que hemos recibido y al mismo tiempo un don que debemos invocar. En ese sentido, que el encuentro por la paz de Múnich y los coloquios que allí se producirán puedan contribuir a promover la mutua comprensión y la convivencia, preparando así para la paz un camino siempre nuevo en nuestro tiempo. Por eso invoco para todos los participantes en el encuentro por la paz de este año en Múnich la bendición de Dios todopoderoso.

En Castel Gandolfo, 1 de septiembre de 2011

Benedicto XVI