13 Septiembre 2011 18:35 | Marienplatz
TESTIMONIO DE LOS ACONTECIMIENTOS DE OSLO EL 22 DE JULIO DE 2011
La población de Noruega es una de las más pequeñas de Europa. El 22 de julio la bomba de un terrorista destruyó algunos edificios gubernamentales de Oslo y se produjo una masacre en una isla situada cerca de la ciudad, que provocó la muerte de 77 personas y un número aún mayor de heridos. A causa de las dimensiones de la población noruega todos sufrimos la pérdida de un pariente, de un colega o de un amigo.
La mayoría de las personas asesinadas eran jóvenes. Se habían reunido para celebrar un campamento del Partido Laborista en una isla cerca de Oslo. Uno de aquellos jóvenes era un querido amigo mío: un joven brillante, un futuro líder de nuestra Iglesia y de la vida política del país. El atentado terrorista destruyó nuestro futuro.
Si todavía quedaba ingenuidad en nuestra pacífica sociedad, con el atentado desapareció. Un noruego rubio agredió a nuestra sociedad abierta y su ataque quería denunciar la presencia de musulmanes entre nosotros. ¿Cómo se puede responder a un extremismo así, a un mal así, a estas actitudes y a la retórica del odio?
En el dolor y en la rabia, fueron los jóvenes los que indicaron la dirección de nuestro futuro. En la catedral encontré a varios de los supervivientes de la masacre y me maravilló su firmeza. Lo que ahora necesitamos no es menos apertura, sino más democracia y construir la confianza con el diálogo. Un joven me dijo: “Si una sola persona puede provocar tanto daño, piense en el amor que podemos crear juntos”.
La gente respondió de manera similar. Decoraban las calles y las plazas con flores y velas. Las iglesias, las mezquitas, las sinagogas estaban llenas de gente que oraba. En la catedral leímos las bienaventuranzas de Jesús: “Bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que tienen hambre de justicia. Bienaventurados los misericordiosos y los que trabajan por la paz”. Salimos por las calles, cristianos y musulmanes juntos, codo con codo, para poner en práctica el sentimiento de estar juntos que debemos recuperar.
Las flores ya se han marchitado. Ahora tenemos que vivir con el dolor y trabajar por nuestras ilusiones rotas. Pero el espíritu de los jóvenes nos ha dado esperanza. No es una esperanza ingenua, sino más bien un compromiso humilde y evangélico ante el difícil camino que nos espera: no el odio, sino el amor y la dignidad por cada ser humano. Estamos destinados a vivir juntos, y a hacerlo en el respeto, en el diálogo y en la caridad.