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Shoten Minegishi

Monje budista Soto Zen, Japón
 biografía

Santidad, Eminencias, Excelencias, queridos amigos,

He venido a Roma a pesar de las críticas que he recibido por la actual situación provocada por el coronavirus y a pesar de que yo mismo me sintiera angustiado por los desplazamientos y la congregación de personas. Lo he hecho por amistad a la Comunidad de Sant'Egidio.

Un poeta japonés, Akito Shima, movido por el hambre, cometió homicidios y robos. Fue arrestado y condenado a muerte. Estando en el corredor de la muerte empezó a escribir una poesía que rezaba así: "Aquí, en el corredor de la muerte, mis manos, las manos que estrangularon a personas hasta darles muerte, ahora hacen ramos de flores".

Esta poesía explica que en la misma persona pueden coexistir tanto el bien como el mal, y nos dice también que cada uno de nosotros puede ser bueno, pero también puede ejercer el mismo poder malvado que es propio de las armas: las palabras que salen de nuestra boca pueden herir a los demás, mirando a alguien podemos ofenderle profundamente. Todos nosotros tendemos a crear divisiones entre la gente. Tendemos todos a denigrar a los demás y a imponernos sobre nuestros rivales. Es responsabilidad de nuestra conciencia decidir si queremos convertirnos a nosotros mismos en armas. 

Déjenme citar algunos versos de otra poesía:

"Estoy en el corredor de la muerte, sediento de amor.
Tengo algunos dulces que me han dado.
Dejo los dulces sobre el suelo, esperando que lleguen hormigas".

Veo en esta poesía una característica humana fundamental. Los seres humanos tienen ansia de entrar en una relación profunda con los demás. Es casi imposible que un condenado del corredor de la muerte haga feliz a otro, y por eso el preso deja los dulces sobre el suelo esperando así hacer felices a las pequeñas hormigas. Esta poesía afirma con fuerza que nadie puede lograr la felicidad, nadie puede llenar su corazón sin entrar en relación con los demás. Shima privó a un ser humano de la vida, y por eso dejó estas palabras: "¡No ser capaz de compensar la pérdida de la vida de mi víctima me da miedo!".

Hace mucho tiempo que participo en el diálogo interreligioso. Estoy convencido de que los líderes religiosos deberían practicar una colaboración muy estrecha, para que toda persona, independientemente de su planteamiento religioso o cultural, pueda ser aceptada en su totalidad. También he llegado a la profunda convicción de que la pena de muerte es la negación de la dignidad humana. También estoy firmemente convencido de que la violencia y las guerras nacen del comportamiento de los seres humanos. Así pues, del mismo modo que el hombre es el origen de las guerras, también puede ser el origen de la paz. 

Estoy firmemente convencido de que el diálogo es un camino que abre nuestros corazones y hace que demos un paso para acercarnos al corazón de los demás. 

Permítanme terminar mi discurso diciendo: desarmemos juntos nuestro corazón y recorramos este camino, dando un paso más hacia el mundo que buscamos, un mundo de fraternidad y de paz.

Gracias.