Queridas hermanas, queridos hermanos, muy buenos días/tardes.
Antes que nada, quería agradecer a toda la comunidad de San Egidio por esta oportunidad de encontrarnos y reflexionar juntos sobre el futuro que queremos. Quiero contarles también, que esta es mi primera participación en un encuentro internacional por lo que estoy muy contento de estar aquí y también algo nervioso.
Estas palabras, que traigo desde Latinoamérica, no son ideas propias ni personales sino fruto de muchos encuentros y reflexiones colectivas de los movimientos populares; a quienes humildemente hoy quiero representar en este panel.
Estamos viviendo tiempos muy difíciles, donde todos nuestros problemas y dolores se han agravado profundamente. La pobreza, el desempleo, la falta de oportunidades, el acceso a la educación y la salud, hoy más que nunca están restringidos para enormes cantidades de hermanos y hermanas.
La pandemia ha revelado lo que veníamos denunciando los movimientos populares del mundo: el agotamiento de un sistema explotador, depredador y destructor de la vida, donde el dinero está por encima del ser humano y la naturaleza. Las desigualdades se asentaron como pocas veces en la historia de la humanidad, tanto entre los pueblos, como al interior de las naciones. Basta ver la injusta distribución de las vacunas para comprender que no hay una verdadera comunidad internacional sino un dominio escandaloso de los grandes grupos económicos y un puñado de potencias que acaparan bienes indispensables, como las vacunas que frenan la pandemia.
En definitiva, los ricos y poderosos son hoy más ricos y poderosos porque han sacado ventaja de las necesidades del confinamiento global y sobre todo, se han aprovechado de la necesidad de sobrevivir de todos nosotros. Los pobres, hoy son más pobres.
Celebro profundamente este encuentro, el encuentro de los que resistimos a la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia. El encuentro de los que hemos adoptado una actitud de solidaridad, esfuerzo, voluntarismo y fraternidad frente a la crisis. Creo que es desde estos valores que podemos construir el futuro que queremos, como nos pide el Papa Francisco: “seamos sembradores de cambio”.
El primer aporte que me gustaría sugerir hacia el futuro que queremos es la invitación a profundizar la opción preferencial por los pobres. Creo en este sentido que el Papa nos invita a practicar la doctrina social de la iglesia, aclarando que esta no solo implica solidarizarse con los pobres, sino también reconocerlos como sujeto social y político, promoviendo su protagonismo. En otras palabras, no se trata simplemente de trabajar por los pobres sino de luchar junto con los pobres contra las causas estructurales de la desigualdad y la injusticia.
El futuro que queremos es con el protagonismo de los humildes, desde allí es que se construye la reivindicación de los tres derechos sagrados: Techo, Tierra y Trabajo.
El trabajo digno debe ser defendido junto con la implementación de políticas que restituyan los derechos perdidos: el salario digno, la seguridad social y la jubilación. Por otro lado, también construir formas alternativas de economía. Queremos una economía social y comunitaria donde prevalezca la solidaridad sobre el dinero. Para esto es necesario que los gobiernos fortalezcan los esfuerzos que emergen desde las periferias. Proponemos también la implementación del Salario Universal, que funcione como un mecanismo para una mejor distribución de la riqueza, donde los que no acceden a nada puedan recibir la oportunidad de salir adelante.
En segundo lugar el Techo, garantizar el derecho de acceder a una vivienda digna. Denunciamos la especulación y comercialización de los terrenos y los bienes urbanos. Debemos trabajar por una reforma urbana integral, articulando políticas públicas participativas que logren la integración de los barrios marginados y nos permitan edificar hogares con seguridad y dignidad.
La Tierra, el tercer derecho; en la perspectiva del destino universal de los bienes quiero hacer un llamado de atención sobre las grandes concentraciones de tierra en pocas manos. La especulación vinculada al agro-negocio que promueve el monocultivo debe ser regulada. Estas prácticas anulan la biodiversidad, destruyen el medio ambiente, desplazan poblaciones campesinas y envenenan nuestros alimentos con agrotóxicos. Es nuestro deber construir una distribución justa y equitativa de los bienes universales. Reafirmamos la lucha por la eliminación definitiva del hambre, la defensa de la soberanía alimentaria y la producción de alimentos sanos. Asimismo rechazamos enfáticamente la propiedad privada de semillas por grandes grupos agroindustriales. De igual manera, reafirmamos la defensa de los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas sobre la agricultura sustentable.
Soñemos un futuro con Techo, Tierra y Trabajo para todas nuestras hermanas y hermanos.
También quiero compartir con ustedes la carga que llevamos muchos países que aún no logramos el desarrollo. Nuestras economías están aplastadas por deudas históricas, muchas ilegítimas, estafas financieras que el mundo conoce como deuda externa. ¿Hasta cuando los países pobres tenemos que pagar con el sufrimiento de nuestro pueblo? ¿Cuánto más quiere acumular el poder financiero internacional? ¿Hasta cuándo seguiremos considerando estas prácticas como lícitas? Tengamos el valor de exigir la condonación de la deuda externa de los países en vías de desarrollo.
Queremos también un futuro donde los puentes entre los pueblos existan realmente, donde la cultura del encuentro sea costumbre. Debemos compromenternos a luchar contra cualquier forma de discriminación entre los seres humanos; sea por diferencias etnicas, color de la piel, genero, religión u orientación sexual. Queremos un futuro con puentes y sin muros, donde migrar sea un derecho y ya no un delito.
El futuro que queremos es también con igualdad de género. Hoy que presenciamos una jornada de diálogo interreligioso, debo decir que la mayoría de los cultos y religiones estamos muy por detrás del avance cultural en este términos. Este no es un problema universal, es más bien un problema de nuestras iglesias. Queremos un futuro con paridad y representación de las mujeres en las religiones.
Por último, lo más importante: no hay futuro si no defendemos la madre tierra. En palabras textuales del Papa Francisco: “La casa común de todos está siendo saqueada, devastada y vejada impunemente. La cobardía en su defensa es un pecado grave” (Discurso Frente a los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra). Necesitamos el cumplimiento estricto de los compromisos multilaterales sobre mitigación y adaptación al cambio climático, urgente! Quizás seamos las últimas generaciones capaces de detener el colapso ambiental, luego será tarde.
Hermanas, hermanos, es realmente un gusto estar aquí con ustedes. Para resumir, el futuro que queremos es: con protagonismo de los pobres, con techo, tierra y trabajo, sin deudas que ahoguen los pueblos, con igualdad de género, con una casa común prospera; y también con un planeta lleno de puentes donde exista una ciudadanía internacional fraterna, donde se derriben los muros de la exclusión y xenofobia, y se reciba a todos los seres humanos por igual.
¡Podemos lograrlo, con fuerza, con esperanza, con fe y lucha!
Muchas gracias.