Del mundo por el que soplan vientos de guerra se elevan gritos e invocaciones de paz. Millones de personas expresan, de maneras diferentes, una voluntad: "¡Basta ya de guerra!". De la Ucrania bombardeada, de las trincheras del Donbass, se eleva el grito de los heridos, de los que están muriendo, el lamento de los familiares y de los amigos. Los mismos gritos de dolor, las mismas imploraciones de paz, se elevan de Siria, del Cáucaso, de Afganistán, de Yemen, de Libia, de Etiopía, del Sahel, del norte de Mozambique, de docenas de lugares conocidos o desconocidos.
¡Cuántos gritos! ¡Cuántas invocaciones! ¿Quién escucha estas voces? ¿Quién escucha las voces de los que ya no están?
El ruido y la indiferencia son la manera de silenciar a los vivos y a los muertos. Se ahogan las voces de los muertos –de quienes muchas veces no sabemos ni siquiera el número real–, se apaga el lamento de los heridos, de los que sufren, de los que pasan hambre, de los refugiados. Los facciosos al servicio de las razones de la guerra nos explican que hay "guerras justas" y "guerras santas".
Pero nosotros estamos aquí, porque hemos decidido escuchar el grito de mucha gente, de hermanos y hermanas en humanidad. Nosotros, que somos de distintas partes del mundo, no hemos querido cerrar los oídos e inclinarnos ante las razones de la guerra. Nosotros hemos decidido escuchar el grito de paz que se eleva desde todos los continentes.
Queridos amigos de esta peregrinación de paz que empezó hace más de 36 años, en 1986 en Asís, ¿no tenemos que reaccionar más ante la locura de la guerra? ¿No es el momento de desencadenar más las energías de paz que contienen nuestras tradiciones religiosas, que pueden abrir nuevos caminos? La oración es un camino hacia algo que todavía no vemos. ¡Se trata de imaginar la paz en tiempo de guerra! "Las religiones –dijo Andrea Riccardi– son organismos vivos: recogen los anhelos de comunidades arraigadas en las tierras, que están cerca del dolor, de la alegría y del sudor de las personas".
En estos 36 años el mundo ha cambiado. Ya no hay guerra fría (Juan Pablo II dijo después del 89: "en Asís no rezamos en vano"), se ha frenado la idea del enfrentamiento de civilizaciones. La comprensión y la amistad entre los mundos religiosos ha crecido mucho, más que entre los países. Nuestra oración ha cambiado relatos que parecían inapelables, ha modificado escenarios sólidos como un telón de acero. Si las religiones escuchan el grito de paz y unen su oración, su capacidad creativa, también se puede poner fin a esta guerra mundial a trozos.
Ante la actual situación dramáticamente bloqueada, hacen falta pasión e imaginación alternativa, porque estamos al borde de una catástrofe mucho más grave.
Caminos de paz los hay. Se trata de entreverlos, de mostrarlos, de abrirlos, de recorrerlos. Sí, "en muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia", escribe el papa Francisco en Fratelli tutti! Es tiempo de caminos diferentes.
¿Sabremos nosotros ser exploradores de un tiempo nuevo? ¿Sabremos ser los profetas que el mundo necesita? Al recibir el Nobel por la paz, Martin Luther King declaró: "Me niego a aceptar la idea de que uno tras otro los países tengan que caer en el abismo del infierno y de la destrucción termonuclear. Creo que incluso en medio de las explosiones y los proyectiles existe la esperanza de un mañana más luminoso. Creo también que un día la humanidad se inclinará ante los altares de Dios y triunfará sobre la guerra y sobre el derramamiento de sangre. 'Y el león y el cordero yacerán juntos y cada uno se sentará bajo su viña y bajo su higuera y nadie tendrá ya miedo.' ¡Yo sigo creyéndolo!".
Eso es lo que creemos. El camino que queremos construir va hacia la edificación de una fraternidad a todos los niveles. Para vivir la globalización no podemos ni estar solos ni ir contra los demás. Todas las tierras necesitan la semilla del encuentro y del diálogo, de la que crecen los árboles que protegen a los débiles, dan de comer a quienes pasan hambre, curan a los enfermos y hacen que el medio ambiente sea acogedor.
En estos 36 años lo hemos comprendido, del mismo modo que en estos tres días de encuentros y amistad hemos comprendido que hay nuevas fronteras que debemos cruzar pronto a lo largo del camino de la paz. La fe mueve montañas y Dios es más grande que cualquier otra cosa o poder.
Hace exactamente sesenta años, el 25 de octubre de 1962, Juan XXIII se dirigía a todos los gobernantes para conjurar la crisis de Cuba, que podía provocar un enfrentamiento atómico: «Recordamos el grave deber de quienes tienen la responsabilidad del poder. Y añadimos: que escuchen el grito angustiado que, desde todos los puntos de la tierra, niños inocentes y ancianos, personas y comunidades, elevan al cielo: ¡Paz! ¡Paz!»
Es el mismo grito de hoy, que repetiremos hasta que lo escuchen todos, humildes y poderosos: «¡Paz! ¡Paz!»