LLAMAMIENTO DE PAZ DE ROMA
Reunidos en Roma en el espíritu de Asís, hemos rezado por la paz según las distintas tradiciones, pero todos concordes. Ahora los representantes de las Iglesias cristianas y de las religiones mundiales nos dirigimos con interés al mundo y a los responsables de los Estados. Nos hacemos voz de los que sufren por la guerra, de los refugiados y de las familias de todas las víctimas y de los caídos.
Con firme convicción decimos: ¡basta ya de guerra! Paremos todos los conflictos. La guerra solo trae muerte y destrucción, es una aventura sin retorno en la que todos salimos perdiendo. Que callen las armas y se declare un alto el fuego universal. Que empiecen pronto, antes de que sea demasiado tarde, negociaciones que sean capaces de llegar a soluciones justas para una paz estable y duradera.
Que vuelva el diálogo para eliminar la amenaza de las armas nucleares.
Después de los horrores y del dolor de la Segunda Guerra Mundial, los países fueron capaces de reparar las profundas heridas que provocó aquel conflicto y, a través de un diálogo multilateral, crear la Organización de las Naciones Unidas, que fue el fruto de una aspiración que hoy, más que nunca, es una necesidad: la paz. Ahora no debe desvanecerse en nosotros el recuerdo de la tragedia que es la guerra, madre de todas las pobrezas.
Estamos ante una disyuntiva: ser la generación que deja morir el planeta y la humanidad, que acumula armas y comercia con ellas, pensando ilusoriamente que nos salvamos solos contra los demás, o ser la generación que crea nuevas maneras de convivir, que no invierte en armas, que logra abolir la guerra como herramienta para solucionar conflictos y pone fin a la anómala explotación de los recursos del planeta.
Los creyentes tenemos que trabajar por la paz de todos los modos posibles. Es nuestro deber ayudar a desarmar los corazones y recordar a todo el mundo la necesidad de la reconciliación entre los pueblos. Por desgracia también entre nosotros a veces nos hemos dividido y hemos abusado del santo nombre de Dios. Por eso pedimos perdón con humildad y avergonzados. Las religiones son –y deben seguir siendo– un gran recurso de paz. La paz es santa, ¡la guerra no lo puede ser nunca!
La humanidad debe poner fin a las guerras o una guerra terminará por poner fin a la humanidad. El mundo, nuestra casa común, es único y no nos pertenece a nosotros, sino a las generaciones futuras. Por tanto, liberémoslo de la pesadilla nuclear. Reabramos inmediatamente un diálogo firme sobre la no proliferación nuclear y sobre el desmantelamiento de las armas atómicas.
Reabramos juntos el diálogo que es una medicina eficaz para reconciliar a los pueblos. Invirtamos en todas las vías de diálogo. ¡La paz siempre es posible! ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más unos contra otros!
Roma, 25 de octubre de 2022