Id, pero sabed que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. Si entráis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa.’ Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros (Lucas 10,3-6).
Queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús,
Hoy estamos reunidos, como hermanos e hijos de nuestro Salvador, para pedir la paz para el mundo entero, un mundo que día a día experimenta la necesidad de la paz que proviene del mismo Señor. Es un don que debemos acoger para que arraigue entre nosotros, viva siempre y se comunique a toda la humanidad. "El grito de la paz y por la paz" es el tema de nuestro encuentro. Sobre todo es el grito que juntos elevamos a Dios, como hijos e hijas de nuestro Padre del cielo, siempre dispuesto a escuchar y atender a cuanto le imploramos.
La lectura del Santo Evangelio, que acabamos de proclamar y escuchar, nos recuerda de manera cada vez más intensa y firme nuestra auténtica vocación de cristianos y portadores de la paz del Señor. De hecho, el Señor Jesús nos hizo partícipes de su anuncio divino y salvífico a la humanidad y a toda la creación. Lo hizo de manera bien particular, pidiendo que nos despojemos de todo lo que puede impedir que crezca en nosotros la semilla buena del Reino, que es la misma palabra de su Evangelio. Eso significa eliminar en cada uno de nosotros todos los obstáculos al anuncio de la Buena Noticia a nuestro mundo contemporáneo.
En las palabras que nos dice Jesús resuena la invitación a abandonar todo lo que puede universalmente representar un peso (quiero decir, un peso espiritual), e impedirnos que seamos anunciadores de la Buena Noticia. Pensemos en las preocupaciones de este mundo fugaz, en el amor desenfrenado por el dinero, en la posesión de cosas, de bienes, y en oras cosas, que terminan por apoderarse de nosotros... ¿Por qué esta lucha para liberarse de las sugestiones mundanas? Porque de lo contrario no se hará realidad en nuestro mundo. La paz requiere siempre un amor capaz de sacrificio.
Este sacrificio de la persona forma parte de nuestra misma proclamación del Evangelio. Como dijo el Señor, nos envió "como corderos en medio de lobos", es decir, corderos, la auténtica imagen del Cordero Jesús entre personas y pueblos, en un mundo que le necesita, necesita su paz y su salvación. Así es como la primera Iglesia de los Apóstoles vivió la realidad del testimonio hasta la efusión de la sangre y el martirio aún hoy nace de la idea profunda de que el mundo necesita cada vez más a Jesús, a cualquier precio, incluso ofreciendo la vida. Para explicar la esencia del martirio cristiano, Tertuliano afirmó: "la sangre de los mártires es semilla de la Iglesia". Y, de hecho, los mártires mismos llevaron la paz a los adversarios, gracias a la bondad de su vida y a través de su sacrificio supremo.
Queridísimos, para que podamos ser verdaderos trabajadores de la paz de Jesús en nuestro tiempo, tenemos que prestar nuestra disponibilidad para ser sus instrumentos entre los hombres, incluso si se nos pidiera que diéramos nuestra vida, en el amor recíproco de unos por otros. Así, nuestro testimonio será un reflejo de la misma vida de nuestro Señor, será agradable a él y lograremos que su paz sea una realidad.
Oh Señor, danos hoy tu paz. Haz que sea una paz duradera en nuestros días, y que podamos alabarte sin cesar. Haz que seamos dignos de tu nombre y de tu paz. Amén.