Nosotros, hombres y mujeres de religiones distintas nos hemos reunido en la antigua ciudad de Cracovia, en Polonia, a setenta años del inicio de la Segunda Guerra Mundial para rezar, para dialogar, para hacer crecer un humanismo de paz. Rendimos homenaje a la memoria de Juan Pablo II, hijo de esta tierra. Fue maestro de diálogo y testigo tenaz de la santidad de la paz, y supo dar una visión en tiempos difíciles: el espíritu de Asís.
Aquel espíritu ha soplado en muchos cambios pacíficos del mundo. Así, en 1989, hace veinte años, Polonia y el Este europeo recuperaron su libertad. Justo en septiembre de 1989, en Varsovia, hombres y mujeres de religiones distintas, reunidos por la Comunidad de Sant’Egidio, manifestaron con fuerza su amor por la paz: “Nunca más la guerra”. A aquel espíritu nos hemos mantenido fieles, a pesar de que, en los años transcurridos, mucha gente ha creído que la violencia y la guerra podían resolver los problemas y los conflictos de nuestro mundo.
A menudo se ha olvidado la amarga lección de la Segunda Guerra Mundial, que fue una inmensa tragedia de la historia humana. Hemos ido en peregrinaje a Auschwitz, conscientes del abismo en el que allí cayó la humanidad. Era necesario volver a aquel abismo del mal para entender mejor el corazón de la historia. ¡No se puede olvidar tanto dolor!
Hay que mirar los dolores de nuestro mundo: los pueblos en guerra, los pobres, el horror del terrorismo, las víctimas del odio. Hemos escuchado el grito de todos los que sufren. Enteros pueblos son presa de la guerra y de la pobreza, muchos abandonan sus casas, muchos desaparecen y son capturados o viven en la inseguridad.
Nuestro mundo está desorientado por la crisis de un mercado que creyó ser todopoderoso, y por una globalización a menudo sin alma y sin rostro. La globalización es una ocasión histórica, aunque a menudo se ha preferido vivirla en una lógica de choque de civilizaciones y de religión. No hay paz para el mundo cuando muere el diálogo entre los pueblos. ¡Ningún hombre, ningún pueblo es una isla!
Nuestras tradiciones religiosas, en sus diferencias, dicen juntas con fuerza que un mundo sin espíritu no será nunca humano. También indican el camino del retorno a Dios, que es el origen de la paz.
Espíritu y diálogo darán alma a esta mundo globalizado. Un mundo sin diálogo será esclavo del odio y del miedo al otro. Las religiones no quieren la guerra y no quieren ser utilizadas para la guerra. Hablar de guerra en nombre de Dios es una blasfemia. Ninguna guerra es santa. La humanidad siempre es derrotada por la violencia y por el terror.
Espíritu y diálogo indican el camino para vivir juntos en paz. Hemos descubierto con más claridad que el diálogo libra del miedo y de la desconfianza hacia el otro. Es la gran alternativa a la guerra. No debilita la identidad de nadie y permite redescubrir lo mejor de uno mismo y del otro. Nunca se pierde nada con el diálogo. El diálogo escribe la historia mejor, mientras que el choque abre abismos. El diálogo es el arte de vivir juntos. El diálogo es el don que queremos hacer al siglo XXI..
Reanudamos, pues, nuestro camino a partir de la memoria de la Segunda Guerra Mundial, de la profecía de Juan Pablo II, como peregrinos de paz, construyendo con paciencia y audacia una nueva época de diálogo, que una en la paz a quienes se odian y quienes se ignoran, a todos los pueblos y todos los hombres. ¡Que Dios conceda al mundo entero, a cada hombre y a cada mujer el maravilloso don de la paz!
Cracovia, 8 septiembre de 2009