¿Es todavía el tiempo del ecumenismo? Permítanme que nombre primero cuatro razones por las cuales uno podría pensar que el ecumenismo es algo del pasado.
En primer lugar, es el destino común de los “-ismos” que pierdan su atractivo a partir de un cierto momento. Si el ecumenismo es o fue una forma de ideología, no está destinado a durar para siempre. Por esta razón, preferiría hablar hoy más de “diálogo ecuménico” que de “ecumenismo”, de una búsqueda de comunión entre aquellos que aman a Cristo.
Esto nos lleva a una segunda razón: ¿Por qué debemos limitar la búsqueda de la unidad solamente a los cristianos? En el mundo de hoy, ¿no es el diálogo interreligioso la tarea y el desafío más urgentes? Si el ecumenismo está ayudando a los cristianos de diferentes confesiones a vivir juntos pacíficamente y a enriquecerse mutuamente con sus dones y sus tradiciones, sin duda debería ser reemplazado por un diálogo mayor que ayude a los miembros de cualquier comunidad de fe a vivir juntos pacíficamente.
Hay una tercera razón por el que el ecumenismo podría ser algo del pasado. Es el hecho de que, hoy, mucha gente considera que las diferencias religiosas son, en cualquier caso, irrelevantes. Esto sucede incluso entre cristianos. Muchos miembros de una iglesia específica no saben qué es lo que les distingue de los cristianos que pertenecen a otra iglesia. No ven problema alguno en participar en oraciones, liturgias y actividades de varias iglesias. Y no están interesados en discutir diferencias teológicas.
Hay una cuarta razón por la que el ecumenismo podría no tener ya sentido, que es casi exactamente opuesta a la anterior. Parece que hay un número creciente de cristianos – Católicos, Protestantes y Ortodoxos – que se preocupan en primer lugar, o de manera exclusiva, de consolidar su propia identidad. Al igual que para aquellos que he mencionado en mi segundo punto, para éstos tampoco habría diferencia real entre ecumenismo y diálogo interreligioso, pues consideran a los demás cristianos, aquellos que no pertenecen a su iglesia o confesión, como miembros de otra religión.
Así que, ¿qué? ¿Ha acabado el tiempo del ecumenismo?
Cuando he recibido esta pregunta de los organizadores de este hermoso evento al que estamos asistiendo, una declaración que el papa Francisco hizo el año pasado vino a mi mente. Él fue a Ginebra el 21 de junio, para la celebración del 70º aniversario del Consejo Mundial de las Iglesias. El Consejo Mundial de las Iglesias se fundó en 1948 y desde entonces ha sido la pieza central de la búsqueda de la unidad cristiana. El Papa acudió a este jubileo, ¿y saben ustedes cómo calificó al ecumenismo? “¡Una gran empresa que opera con pérdidas!” No es lo que hubiera cabido esperar para felicitar 70 años de seria labor por la unidad de los cristianos.
Por supuesto, estoy citando al papa Francisco un poco fuera de contexto. Y uno no debería olvidar que él es, como dice él mismo, un po’ furbo: una expresión intraducible que apunta a una cualidad que Jesús recomendaba a sus discípulos cuando les envió en misión: “sed astutos como serpientes e inocentes como palomas” (Mt 10,16). Con cierto sentido del humor, papa Francisco llamó al ecumenismo “una gran empresa que opera con pérdidas” para provocar amablemente a su audiencia y plantearles un desafío.
A primera vista parece decir que, si el ecumenismo está “operando con pérdidas”, debería clausurarse como cualquier otra empresa que esté en números rojos. Pero el papa Francisco da un giro sorprendente a sus palabras. Explica que el ecumenismo, o mejor, la búsqueda de la unidad cristiana, es “elegir en nombre del Evangelio poner a nuestro hermano o hermana por delante de nosotros”. Y cualquiera que no “mire su propio interés sino el de los demás” (Flp 2,4), como dice san Pablo, va a operar con pérdidas.
Francisco dice valientemente: “¡No tengamos miedo de operar con pérdidas!” ¿Y por qué? Porque – dice él – “la pérdida es evangélica, pues refleja las palabras de Jesús: El que quiera perder su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,24).
He participado en bastantes encuentros ecuménicos, pero nunca había oído citar estas palabras de Jesús como decisivas para la búsqueda de la unidad cristiana. Normalmente, los ponentes en estas reuniones preferían referirse a la oración de Jesús: “Que sean uno”, o a una de las exhortaciones de san Pablo a la unidad. El papa Francisco eligió caracterizar el ecumenismo con estas inesperadas palabras de Jesús “El que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi causa la salvará”. Y continuó: “Salvar solo lo nuestro es caminar según la carne; perderlo todo tras las huellas de Jesús es caminar en el Espíritu”.
Así que para el papa Francisco, el ecumenismo no es una opción, no es una ideología; es, sencillamente, vida cristiana; es caminar en el Espíritu. Y puede significar perder lo que somos – perderlo todo, dice el Papa – siguiendo a Jesús que perdió su vida en la cruz. Cristo no tiene otra identidad que entregarse por los demás, su identidad es una solidaridad incondicional con toda la humanidad. Seguir tras sus huellas puede conducirnos a perdernos a nosotros mismos hasta el punto de no tener otra identidad que ser para los demás.
Hace cincuenta años, hermano Roger, fundador de Taizé, reconoció que el camino hacia la unidad implicaba una pérdida evangélica. Dijo a los hermanos de la comunidad: “Rezar ‘mi refugio está en Dios’, repetir con san Pablo ‘por Cristo, he aceptado perderlo todo’, no es algo obvio. No es fácil no tener otro refugio que Dios, o perder los particularismos que nos separan de los demás”
Permítanme que regrese a la pregunta del inicio: ¿Es todavía el tiempo del ecumenismo, o es ya hora de pasar a otra cosa?
Si el ecumenismo es una empresa cultural, social o política, sería razonable clausurarla si no está funcionando. Pero si el ecumenismo se entiende como vida en el Espíritu, ser discípulos de Jesús – incluso al precio de perderse a uno mismo –, entonces podríamos preguntarnos igualmente: ¿está vivo el Evangelio?
Creo profundamente que lo está. Y creo que la búsqueda de la comunión entre aquellos que aman a Cristo y que han sido llamados a amarse mutuamente siguiendo sus huellas está viva, también en el contexto actual de diálogo interreligioso, de secularismo y de indiferencia religiosa, o de identidades pesadamente reafirmadas.
Es hermoso y fascinante encontrar y descubrir los dones por los cuales podemos enriquecernos mutuamente. Pero compartir nuestros dones mientras permanecemos siendo quienes somos puede no ser suficiente. Ahí está el camino estrecho de la pérdida evangélica.