La Comunidad de Sant'Egidio habla de migraciones como una oportunidad –como una gran ocasión, precisamente– desde 1986. En el libro Los extranjeros, nuestros hermanos. Hacia una sociedad multiracial, libro que se publicó en 1989 pero que coronaba una reflexión que se iba gestando desde algunos años antes, Andrea Riccardo afirmaba: "la inmigración es mucho más una oportunidad de un peligro. Hasta los agentes económicos, respondiendo a un realismo más bien crudo, se van dando cuenta (...). En el marco del envejecimiento de la población italiana (hoy diríamos europea) representa, sin duda, una oportunidad". Esta lúcida reflexión es de 1989.
¿Y hoy? ¿En 2022? ¿Podemos reproponer la misma idea?
Cabe destacar que hoy, al igual que en el pasado, los más convencidos de que las migraciones son una oportunidad son los empresarios, los economistas y los demógrafos. Y me atrevería a decir que quizás están más convencidos que el mundo de las asociaciones. Periódicamente el mundo económico y empresarial lanza señales de alarma sobre la necesidad de trabajadores. En algunos sectores –como el turístico, el agroalimentario, el del transporte o el sanitario y de cuidado de las personas– se podría hablar de "hambre de inmigración" porque no hay trabajadores.
Un reciente informe del Banco Mundial ha evaluado las consecuencias de la pandemia y ha sugerido importantes indicaciones sobre las futuras políticas migratorias en la región del Mediterráneo. El Banco Mundial exhorta a "los países del norte y del sur del Mediterráneo a crear sistemas de migración más resilientes para resistir mejor a los futuros impactos (...), y –destaca sorprendentemente, el Banco Mundial– la necesidad urgente de políticas más progresistas (...), de reforzar la cooperación entre países del norte y del sur y de construir sistemas migratorios que miren al futuro, que fomenten una integración económica para hacer frente a nuevas crisis". No hay más que pensar en la emergencia ecológica.
Eurostat ha previsto que para impedir una caída notable del número de personas en edad laboral, Italia debería tener más de 200.000 migrantes nuevos cada año.
La penuria de mano de obra afecta también a Francia, España y los países del norte de Europa, Alemania y Gran Bretaña.
Ante este panorama se comprende las recientes declaraciones del presidente francés Macron a los prefectos franceses. Anunciando una nueva propuesta de ley sobre asilo e inmigración, el presidente francés declaró: "nuestra política hoy es absurda" y "Tenemos que integrar más rápidamente y mejor a aquellas personas que tienen solo un permiso provisional a través de la lengua y el empleo". Macron, por otra parte, afirmó que desea una mejor distribución de los extranjeros que son acogidos en el territorio, sobre todo en las "áreas rurales, que están perdiendo población".
Dicho sea de paso, recuerdo que Francia no tiene los problemas de natalidad que sí tiene Italia. El 1 de enero de 2022, según los primeros datos provisionales, la población residente en Italia asciende a 58.983.000 personas, es decir, 1.363.000 menos que hace 8 años.
Admito que me sorprenden y me preocupan algunos datos sobre Italia, que ponen de manifiesto que nuestros jóvenes, tanto si son extranjeros como italianos, ven su futuro lejos de nuestro país. El informe Istat 2022 nos dice que entre los jóvenes extranjeros menores de 18 años el 59% sueña un futuro en otros países europeos, mientras que el 42% de su coetáneos italianos desean ir a Estados Unidos, el Reino Unido o Alemania (estos son los destinos más codiciados). Y las jóvenes extranjeras son las que más quieren vivir su futuro en el extranjero.
Por otra parte, para los estudiantes extranjeros, incluidos los nuevos ciudadanos, el itinerario escolar suele ser difícil, porque respecto de los nativos están en desventaja en rendimiento escolar, en repetir cursos y en abandono escolar. Nadie ayuda a estos niños en su itinerario escolar, para aprender la lengua, nadie les acompaña a lo largo del sistema escolar; pensemos, por ejemplo, en las reagrupaciones familiares de los adolescentes.
El curso escolar 2020/2021, por primera vez desde 1983, ha experimentado una caída en el número de alumnos extranjeros. Dicha caída, evidentemente, no afecta solo a los alumnos extranjeros, sino también a los italianos. Sea como sea, el dato es significativo porque invierte una tendencia de casi 30 años.
Italia es cada vez menos atractiva y las familias de migrantes no se quedan en el país. Este es un serio problema y recuerda la urgencia de tener políticas que fomenten eficazmente las oportunidades que damos a los jóvenes extranjeros para no perder el valioso potencial que representan.
Esto plantea con urgencia la pregunta sobre qué políticas de integración hacen falta para permitir que los nuevos ciudadanos europeos deseen quedarse y construir su futuro con nosotros. Una lista no exhaustiva de los objetivos y de las acciones más urgentes podría ser la siguiente:
- Facilitar y simplificar el reconocimiento de titulaciones, especialmente las relacionadas con el sector sanitario. Muchas enfermeras latinoamericanas, ucranianas o indias pasan años y años intentando homologar su titulación y en muchos casos no lo logran;
- Conceder becas de estudio considerables para la inserción profesional;
- Prever fondos para el aprendizaje de la lengua italiana;
- Impartir formación profesional a jóvenes adultos;
- Invertir en educación, desde la escuela infantil hasta la universidad;
- Simplificar los procesos administrativos para entrar rápidamente a los países europeos y acceder al sistema sociosanitario;
Si se les acompaña y se les ayuda en el itinerario de inserción, los migrantes son realmente una gran oportunidad para nuestras sociedades, una oportunidad que no hay que dejar escapar, con la que se pueden convertir en verdaderos patriotas. Pienso en las historias positivas de tantas personas que han llegado a Italia y a otros países europeos con los corredores humanitarios.
Participar a pleno título en nuestra comunidad, contribuir a hacer que sea mejor: esta es la aspiración de muchos jóvenes que llegan de países y de historias de gran dolor. Este es su deseo en cuanto llegan a nuestros países, y a nosotros nos conviene no defraudar ese deseo. Anna es una mujer siria que llegó a Italia con los corredores humanitarios en 2020. Trabaja cuidando a una anciana y tiene las ideas claras sobre su aportación a Italia, donde vive ahora. En una entrevista afirmaba: "No estamos aquí para comer y dormir; estamos aquí para estudiar, trabajar y colaborar. Queremos participar en la comunidad que nos ha acogido". Eso es precisamente lo que necesitamos.
Todos conocemos la parábola de Jesús, que habla de un hombre que en el camino entre Jerusalén y Jericó es agredido por unos bandidos, que se lo roban todo y lo dejan medio muerto en medio del camino. En cada momento de la historia los estudiosos han intentado poner nombre a los bandidos y rostro al hombre medio muerto. No hay duda de que la pandemia, las guerras, las catástrofes medioambientales están atacando a nuestras sociedades como los bandidos de la parábola evangélica, y todos, de algún modo, podríamos estar en aquel camino: atacados, empobrecidos, heridos, privados de esperanza y sintiéndonos impotentes.
He empezado citando el libro Los extranjeros, nuestros hermanos, y termino con una reflexión que he tomado el mismo libro. Jacques Dupont fue un gran teólogo y amigo de la Comunidad de Sant’Egidio. En 1989 proponía una reflexión muy válida aún hoy sobre el extranjero y los evangelios de Jesús. Y a propósito de la parábola evangélica del buen samaritano, Dupont comentaba que aquel hombre atacado por los bandidos y en sus últimos momentos de vida es un extranjero. Jesús nos dice que el samaritano es aquel que ayuda, que tuvo compasión; y el mismo Jesús, es decir, un samaritano, un extranjero considerado odioso. "Él quiso hacer de un samaritano (de un extranjero) el modelo de comportamiento ejemplar (...)", concluye Dupont. "De ese modo creo que se hace más fuerte el rechazo a toda frontera".
La gran ocasión que representan las personas inmigradas no es solo la de los brazos que con su trabajo mejoren nuestro PIB (Producto Interior Bruto), o la de jóvenes que suavicen el duro invierno demográfico de los países europeos, o la de contribuyentes que, pagando sus impuestos, puedan asegurarnos un poco más de tiempo nuestro alto nivel de vida. Todo esto es cierto y no es poco, pero la oportunidad que brinda la presencia de ciudadanos extranjeros en nuestros países es mucho más que todo esto. Es la Gran ocasión de reconocer que no nos podemos salvar solos, una ocasión que ya no podemos demorar. El papa Francisco, en plena pandemia, rezaba en la plaza de San Pedro con las siguientes palabras: «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca... estamos todos». Gracias