Hermanas, hermanos, muy buenos días. Es una gran alegría para mí poder volver a encontrarnos a pesar de los tiempos difíciles y complejos que estamos viviendo. Quiero agradecer a toda la comunidad de San Egidio por este nuevo llamado al encuentro, a la reflexión, al diálogo y la fraternidad humana. Quiero agradecer también a estos hombres y mujeres de fe que comparten conmigo el panel, es un gusto enriquecernos con este intercambio de ideas y propuestas para vivir juntos un mundo mejor.

Estas palabras, que comparto con ustedes, no son propias ni personales sino fruto de la reflexión y el debate comunitario. Mi intención es acercar, con humildad, la mirada latinoamericana de algunos movimientos populares.

La pandemia del Covid19 ha revelado lo que muchos venimos denunciando: extrema concentración de la riqueza, polarización social y desinformación,  destrucción del medio ambiente, exclusión de los trabajadores del sistema productivo, creciente desigualdad económica y por supuesto mayor conflicto social. A todo esto también hay que sumarle la existencia de diferentes y lamentables conflictos bélicos alrededor del mundo. 

Celebro profundamente que estemos aquí presentes, practicando la cultura del encuentro, debatiendo juntos cómo podemos vivir juntos y mejor superando los grandes desafíos actuales por lo que atraviesa la humanidad.

El primer aporte que me gustaría sugerir para vivir juntos y en paz es la justicia. No hablo en este caso de la justicia que está en los tribunales, sino de la justicia social. 

Para vivir juntos es fundamental garantizar los 3 derechos sagrados: Techo, Tierra y Trabajo. Lamentablemente hoy tenemos que hablar también de derechos básicos ¿Cuántos hermanos y hermanas no acceden hoy a una alimentación digna? Debemos sumar el derecho a la salud y a la educación de calidad. 

Necesitamos estados fuertes con capacidad de garantizar derechos, de construir políticas públicas a favor de los más pobres y excluidos. Políticas que no sean simplemente asistenciales, sino que contribuyan a la distribución de la riqueza, la generación de empleo y al desarrollo de nuevas economías. El salario básico universal, programas para el fortalecimiento de proyectos comunitarios y familiares vinculados al trabajo, podrían ser algunas ideas. Necesitamos construir justicia en el sistema económico, donde las personas y también el medioambiente sean más importantes que la ganancia y el dinero.

Respecto a la construcción de  propuestas y soluciones para estos males que nos aquejan quiero hacer una observación sobre un fenómeno mundial que nos preocupa: el desinterés por la política. Citando las palabras del querido Papa Francisco en su primera encíclica Evangelii Gaudium sobre la vocación política: “¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”. Creo que estamos perdiendo esta mirada sobre la política y necesitamos más que nunca utilizar la política como herramienta de transformación. Es prácticamente imposible que podamos vivir juntos y en paz si dejamos la política en manos de las elites dominantes o grupos fundamentalistas. El mismo Platón, 360 años antes de Cristo nos advertía: “ El precio de desentenderse de la política, es el ser gobernado por los peores hombres”. Es importante aclarar también que interesarse en la política no significa solamente ir a votar en las elecciones. Participar, debatir, escuchar, trabajar por el bien común son los aspectos más necesarios cuando hablamos de involucrarnos y comprometernos con la vacación política.

En segundo lugar, para vivir juntos y en paz necesitamos reconstruir los puentes del diálogo y el encuentro.  Es verdad que la tecnología ha mejorado considerablemente nuestras comunicaciones a lo largo de la historia. También es cierto que en los últimos 20 años con la aparición de internet y la telefonía móvil estos cambios se han vuelto vertiginosos y a veces difíciles de asimilar. La sobredosis de información, las redes sociales, fake news, complejos algoritmos que manipulan lo que vemos, hacen cada vez más confuso la construcción del sentido común. Todos estamos expuestos a esto, también a percibir a aquellos que piensan distinto como enemigos. La polarización y el enfrentamiento social son funcionales a aquellos que necesitan a los pueblos confundidos y desorganizados. Necesitamos reconciliarnos con nuestros vecinos, pensar juntos nuevas formas de convivencia, de trabajo, desarrollo, cuidado del medio ambiente. Vemos con preocupación el aumento de los discursos de odio entre nosotros, que la polarización y la violencia miden bien en las elecciones, que las noticias falsas son más poderosas que la ciencia. Nos preocupa también el ascenso de líderes mundiales cuyas prédicas poco tienen que ver con el bien común y la fraternidad humana. Es inviable un mundo sin acuerdos que incluyan a todos, que el diálogo y la reconciliación sean el camino para reencontrarnos como pueblos.

Dejo para último algunos conceptos sobre la guerra, quizás el más sensible en estos días:

• En la guerra no hay buenos y malos, todos son villanos.
• En las guerras generalmente participan los países ricos, potencias mundiales, culturas que deberían estar a la vanguardia en la lucha contra el hambre, la pobreza o el cambio climático. Pero no, dejando estos problemas a un lado, luchan por ser quien más presupuesto derrocha en armamento. 
• Ninguna guerra termina con compras o envíos de más armamento, estas prácticas solo favorecen a los fabricantes de armas.
• Como dice el viejo refrán: “Con la práctica del “ojo por ojo” todos vamos a quedarnos ciegos.”

Desde Latinoamérica, región humilde y sin armas, hago un llamado a los pueblos del mundo a condenar la compra de armas en nuestros países y exigir el fin de todas las guerras. Este reclamo tiene que estar en las calles de todo el mundo y solo así será escuchado por los gobernantes. Condenamos rotundamente la guerra e invasión; ya sea en Ucrania, Palestina o en cualquier lugar del mundo. También como Argentino, me veo en la obligación de reclamar pacíficamente nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas (que algunos las llaman Falklands), territorio colonialmente ocupado.       

Hermanos, hermanas, ojalá estos días de encuentro y oración nos ayuden a encontrar el camino de la unidad, la paz y la fraternidad. Otro mundo es posible, podemos vivir juntos, con justicia social, con diálogo sincero, sin polarización, con participación, sin armamento, con Pan, con Paz, Con Techo, Tierra y Trabajo para todos. ¡Amen !