Con gran emoción tomo la palabra en nombre de la Comunidad de Sant’Egidio en este lugar simbólico, entre otros, para Francia. Doy calurosamente las gracias al arzobispo de París, monseñor Ulrich, por su invitación y por haber sostenido siempre nuestro camino de diálogo por la paz. En estos días hemos vuelto juntos al corazón de nuestras tradiciones de fe y de la sabiduría religiosa y humanista. Ir a lo profundo es al mismo tiempo un ejercicio de humildad y de resistencia.
Humildad porque volver a las fuentes nos ayuda a comprender que hay algo más grande que nuestras emociones, que nuestras sensaciones o que los modelos cristalizados. Hay algo que va más allá de nosotros, de nuestro presente y de la actualidad.
Resistencia a una cultura simplificadora que se acostumbra a los conflictos y que gira solo en torno a su ego.
Volviendo a nuestras fuentes espirituales hemos descubierto un horizonte que nos une y nos da esperanza. Hasta en los momentos más oscuros entrevemos una luz.
Juntos, esta tarde, tras haber dialogado y habernos confrontado, queremos elevar un grito fuerte de protesta: un grito de resistencia frente a la guerra y a tanta violencia. Significa protestar frente al mundo por todos los muertos (la mayoría, víctimas inocentes). Nosotros protestamos contra toda esta violencia, contra todo este odio, que son ajenos a nuestra voluntad de vivir en paz, a la de muchos hombres y mujeres.
¡NO!, la guerra no es nuestro futuro, no puede ser nuestro destino.
La derrota de la lógica militar, en las relaciones internacionales tan militarizadas, nos hace decir que hay un horizonte que no podemos ver solos, sino juntos. Imaginarlo y hacerlo realidad juntos. Debemos estar juntos precisamente en los momentos difíciles de la historia para descubrir el horizonte que vence el odio, la violencia y la guerra. Damos, por tanto, las gracias por estos días que nos han iluminado: hemos recibido de nuevo un espíritu de resistencia que se suma al de las generaciones anteriores, las que, aquí en Europa, buscaron vías de paz durante y después de la catástrofe de la guerra mundial. Nos han dejado una herencia que, expresada claramente y con palabras simples, dice: ¡nunca más la guerra!
Aquí hemos imaginado juntos el retorno de la paz en estos tiempos de guerra. Juntos podemos tener una imaginación creativa que atraviesa las nubes oscuras del presente y prepara el futuro. Nos hemos dado cuenta del peligro de bailar de manera inconsciente en las fronteras del abismo de la guerra que expone el mundo a un peligro incontrolable.
Veo aquí a muchos jóvenes. Queremos transmitir la herencia del sueño de la paz de una generación a otra, transmitir un mundo más en paz: las jóvenes generaciones deben recibir este don de parte de quienes les han precedido. Queremos reforzar y nunca romper esta cadena de solidaridad entre las generaciones. El sueño de la paz no puede limitarse a una sola generación.
Ya existe un camino para salir de un clima de guerra permanente: lo trazaron quienes nos han precedido, que soñaron un mundo más justo para sus hijos en todos los continentes.
En la noche oscura, nuestros ancianos son para nosotros ejemplos de una esperanza cultivada contra toda esperanza. Su esperanza era la paz. También es la nuestra esta tarde.
Hay que tener la valentía de arriesgarse por la paz. En este encuentro se han expresado todas las lenguas y todas las culturas, nos hemos comprendido y hemos descubierto que en lo profundo hay una inquietud de paz común a todos. Una inquietud que pide a todos los niveles más diálogo. Nos hemos escuchado y lo hemos comprendido: hay que salir, empezando por nosotros mismos, de posiciones inflexibles.
Aunque hay guerra, es necesario pensar hoy la paz de mañana: es una obra de sabiduría. La paz es nuestra victoria: no una victoria contra los demás, sino con los demás.
Una célebre antropóloga francesa, Germaine Tillion, decía que es necesaria una “política de conversación con el otro”. El camino de la conversación y del diálogo con el otro lleva sin duda, tarde o temprano, a la paz. Es lo que hemos vivido estos días: hablar, imaginando la utopía de la paz, que es más fuerte que todas las lógicas y los conocimientos humanos.
¡Gracias París! Desde esta ciudad-mundo donde han resonado todas las tradiciones, sin que ninguna se impusiera a las demás, hoy vemos mejor que la paz es posible.