12 Septembre 2011 16:00 | Neues Rathaus, Kleiner Sitzungsaal
Riqueza y fragilidad de la familia de Lluis Martinez Sistach
La grandeza del matrimonio y de la familia consiste en tener como fundamento, contenido y finalidad el amor humano entre los esposos y también entre todos los miembros de la familia.
El matrimonio cristiano tal como lo encontramos en el Nuevo Testamento, tiene que ser signo del amor de Cristo a su Iglesia. Se trata de un amor fiel, indisoluble y fecundo. Así han de amarse los esposos, con un amor conyugal fiel, indisoluble y fecundo. Estas cualidades del amor conyugal que pide el matrimonio cristiano, son características que encajan perfectamente con la esencia del amor humano y cristiano.
El Concilio Vaticano II en su constitución pastoral Gaudium st spes ha tratado sobre el matrimonio y lo concibe como una íntima comunidad de vida y de amor entre los esposos. Y es en esta perspectiva que el matrimonio y la familia ofrecen una auténtica realización personal a sus miembros.
Podemos preguntarnos sí este proyecto de matrimonio cristiano está al alcance de todos los jóvenes de hoy, inmersos en una cultura postmoderna según la cual se asume el presente pero asusta el futuro, difícilmente se puede tomar un compromiso para siempre. La misma realización de la persona es el que motiva que uno no se pueda comprometer para toda la vida, porque no se conoce el futuro y éste puede pedir otra cosa para la propia realización personal. Esta concepción de la vida dificulta que la persona pueda realizarse plenamente y la mantiene fácilmente en una constante adolescencia sin conseguir la madurez de su personalidad. Pienso que es conveniente presentar a los adolescentes y jóvenes que es posible comprometerse para siempre en realidades capitales de la propia vida y que vivir este compromiso con libertad y responsabilidad realiza plenamente a la persona humana.
Somos espectadores de muchas rupturas conyugales, de muchos divorcios que presentan una situación enfermiza de la realidad matrimonial y familiar. Esta es una fragilidad de la familia. Las rupturas conyugales son consideradas por los esposos, en general, como un fracaso y les hace sufrir, al menos a uno de los dos. Pero es aún más cierto que hacen sufrir mucho más a los hijos, especialmente si éstos son menores. El trauma está casi asegurado y en muchos de ellos tendrá consecuencias muy dolorosas en su conducta posterior a lo largo de su vida.
Y a pesar de esta debilidad del matrimonio y de la familia, los jóvenes valoran mucho estas instituciones. Ello coincide con lo que afirmó el Concilio Vaticano II de que el bien de las personas, de la sociedad y de la Iglesia está en relación directa con la buena salud del matrimonio y de la familia.
Ante la gozosa realidad de muchos matrimonios que se mantienen años y años y los esposos pueden celebrar juntos sus bodas de oro matrimoniales con el gozo de su amor maduro y la satisfacción de los hijos y nietos, considero muy importante que lo celebren solemnemente y públicamente, ofreciendo así un testimonio a las generaciones jóvenes que un compromiso matrimonial para siempre es posible, realiza a las personas y las hace felices. No se debe desperdiciar estas ocasiones que tienen un importante valor pedagógico.
Otra de las grandezas de la familia consiste en que ésta es un soporte para todos sus miembros porque éstos son amados no por sus cualidades, por sus éxitos, etc., sino porque son esposos, hijos y hermanos. Esto es muy importante en medio de la sociedad en que vivimos en la que fácilmente se valora la persona más por lo que tiene que por lo que es. Pone de relieve la importancia de la persona y de su dignidad de su realización.
Esta función de soporte propia de la familia sobresale por las consecuencias que tiene la crisis económica. La crisis económica mundial que vivimos ha dejado a muchísimas personas sin trabajo y sin poder disponer de medios económicos para el sustento personal y de la familia. Ante esta dolorosa situación, ha sido y es la familia amplia, especialmente los padres, respecto de sus hijos casados e independizados, la que ayuda, sustituye y mantiene en mayor o menor grado según sus propias posibilidades. En la familia sus miembros encuentran acogida y ayuda para poder afrontar las graves consecuencias de la crisis económica que comporta en muchos casos la pérdida del trabajo y la carencia de ingresos para afrontar los gastos personales y familiares.
Aquí y en otros aspectos de la vida de los hijos casados, se pone de relieve, en primer lugar, que la familia reducida al matrimonio e hijos no es suficiente, sino que se debe valorar mucho la familia más amplia que incluye principalmente a los padres, tíos y hermanos de los casados; y, en segundo lugar, manifiesta que el papel y el servicio de los abuelos es importantísimo, especialmente en la realidad social, económica, religiosa y laboral de las personas y de las familias.
Con relación a este segundo aspecto, pienso en la aportación en muchos casos imprescindible de los abuelos en la educación humana y religiosa de los nietos. El mercado laboral se ha configurado de tal manera que hace muy difícil que los padres puedan dedicar mucho tiempo a sus hijos en la etapa de formación. Las exigencias laborales de los padres hace necesaria la ayuda de los abuelos, acogiendo y acompañando a los nietos en muchas ocasiones. A ello se añade que muchos padres cristianos han dejado la práctica religiosa y no atienden a su responsabilidad de catequizar a sus hijos bautizados. Son los abuelos cristianos –por lo general más religiosos y practicantes que los padres- quienes asumen el gozoso encargo o tarea de catequizar a los nietos, acompañarles a la catequesis de la comunidad e iniciarlos en la oración.
Considero que las religiones han de poner de relieve todos los contenidos muy positivos del matrimonio y de la familia y presentarlo así a los jóvenes. Asimismo, las religiones han de educar a sus miembros jóvenes en las virtudes y en los valores que les capaciten para ser unos buenos esposos y padres de familia. El matrimonio como íntima comunidad de vida y amor, ayuda a los esposo e hijos a vivir la presencia amorosa de Dios en sus vidas, es escuela de virtudes humanas y cristianas para todos sus miembros, transmite la fe a los hijos y los inicios en su vida religiosa y los capacita para desarrollar una vida social al servicio del bien común de la sociedad. Con toda razón se dice que la familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en la que el hombre y la mujer son llamados al don de sí mismos en el amor. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituye los fundamentos de la libertad, de la seguridad y de la fraternidad en el seno de la sociedad.
El amor auténtico entre los miembros de la familia no la encierra en sí misma. Si así fuera, se trataría de un egoísmo de grupo. El amor auténtico abre la familia a toda la sociedad ya que la pequeña familia doméstica y la gran familia de la humanidad no están en oposición, sino en una relación íntima y original.
La grandeza de la familia es que a pesar de ser una institución natural y religiosa, cada uno de sus miembros la vive y la realiza como recreándola con toda la riqueza y originalidad que ello comporta. Pero la fragilidad se encuentra también aquí, ya que toda la personalidad de cada uno de sus miembros puede incidir en dificultar que la familia consiga sus propias finalidades por las cuales ha sido creada.
Munich, 12 de septiembre de 2011
+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal Arzobispo Metropolitano de Barcelona