La Iglesia católica está firmemente comprometida en la consolidación de las buenas relaciones con las comunidades judías esparcidas por el mundo (Benedicto XVI visita a la sinagoga de Roma 17.1.2010), de manera que se superen definitivamente todas las incomprensiones y prejuicios que desgraciadamente han existido entre cristianos y judíos durante siglos.
Juan Pablo II ya había afirmado (13.4.1986) que “los actos de discriminación, de injustificada limitación de la libertad religiosa, de opresión también en la dimensión de la libertad civil, hacia los judíos, fueron objetivamente manifestaciones gravemente deplorables” y, con las palabras de la declaración conciliar Nostra Aetate, (declaración del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, de 28.10.1965) rechazaba enérgicamente en nombre de la Iglesia “los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”.
Sin embargo, las “buenas relaciones” entre judíos y cristianos no pueden limitarse a una tolerancia recíproca o simplemente a un diálogo de circunstancias para facilitar una coexistencia armoniosa. Según la comprensión de la Iglesia que emerge de las Sagradas Escrituras y que el Concilio Vaticano II propuso nuevamente con gran claridad, “el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham” y “la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios” y “no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles”.
Cristianos y judíos estamos íntimamente unidos en una maravillosa historia que muestra la revelación y la acción de Dios hacia la humanidad entera. No podemos, por lo tanto, mirarnos a distancia y simplemente respetar las fronteras de nuestras respectivas propiedades, ya que en nuestra misma identidad religiosa encontramos los fundamentos para descubrirnos recíprocamente colaboradores de un único proyecto amoroso de Dios, que revela la fraternidad universal entre todos los seres humanos. Dice el Concilio, la Iglesia cree “que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo” y “tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, «a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas; y también los Patriarcas, de quienes procede Cristo según la carne» (Rom 9,4-5), hijo de la Virgen María”.
Como explicó Juan Pablo II durante su visita a la sinagoga de Roma en 1986, el judaísmo no es para la Iglesia cristiana una religión “extrínseca” sino “intrínseca” a ella misma, a causa del “vínculo” esencial que existe entre ellas y que establece una relación preferencial hacia el pueblo judío por parte de los cristianos, que consideramos a los judíos “nuestros hermanos predilectos” y, en un cierto sentido, “nuestros hermanos mayores”.
Para vivir de acuerdo con esta fraternidad, tal como puso de manifiesto el gran rabino de la sinagoga de Roma, Riccardo Di Segni, durante la visita de Benedicto XVI a su sinagoga el año pasado, no basta poseer un gran patrimonio religioso en común y reconocerse hijos de un mismo Dios, sino que es necesario trabajar para que “permanezca siempre abierto el espacio del diálogo, del respeto recíproco, del crecimiento de la amistad y del testimonio compartido”. La palabra “fraternidad” no puede quedarse en una mera declaración abstracta de principios, sino que tiene que traducirse en interés real por el otro, aceptación de su diversidad, deseo de profundizar la confianza reciproca y de consolidar la amistad.
Debemos cooperar para construir un futuro en el que ya no haya antijudaísmo entre los cristianos ni sentimientos anticristianos entre los judíos”. Todos los cristianos rezamos al único Dios con las palabras que ese gran Papa recitó ante el muro occidental de Jerusalén: “Dios de nuestros padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre fuera dado a conocer a las naciones: nos duele profundamente el comportamiento de cuantos, en el curso de la historia, han hecho sufrir a estos tus hijos, y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la alianza”.
Para construir esta “auténtica fraternidad” y pasar del diálogo a la amistad conviene:
- tener la voluntad de conocerse mejor y de estar más atentos a la sensibilidad del otro, para aprender juntos a respetarnos y a valorarnos más en nuestras diferencias,
- evitar herirnos sin querer en nuestros sentimientos más profundos.
- los cristianos tenemos que evitar usar en nuestra liturgia y en otras realidades aquellas maneras equívocas respecto a nuestros hermanos judíos, que desgraciadamente en los siglos pasados han fomentado en algunos sectores del pueblo cristiano actitudes discriminatorias o incluso claramente hostiles hacia nuestros hermanos judíos.
- Del mismo modo, los católicos esperamos de nuestros hermanos judíos que no secunden acusaciones infundadas contra la Iglesia católica y contra sus máximos representantes, acusaciones de no haber hecho suficientemente lo que deberían haber hecho durante los terribles años del azote nazi contra nuestros hermanos del pueblo de Israel.
- La sombra que aún planea en ciertos sectores judíos contra el Papa Pio XII, desde el punto de vista histórico es completamente injusta y distorsiona la realidad. No sólo porque la Santa Sede abrió las puertas de numerosas instituciones católicas a judíos fugitivos en Roma, sino porque sostuvo y promovió que también así hicieran los católicos en los distintos países de Europa,
- como también pueden testimoniarlo diversas iniciativas ejemplares que tuvieron lugar en Andorra, este pequeño país pirenaico de cultura catalana que tengo el honor de representar como Copríncipe.
Este encuentro en Múnich, así como también numerosos otros encuentros interreligiosos y múltiples iniciativas llevadas a cabo por judíos y cristianos, ayude a profundizar el recíproco conocimiento y con ello una amistad que a todos enriquezca.
He notado otra ausencia en las líneas del preámbulo: una referencia a la mayor de las tragedias europeas, la de la shoa. Alguien había propuesto utilizar la expresión “raíces judeocristianas” para incluir el judaísmo al hablar de religión. Me parece poco, y sólo políticamente correcto. Sobre todo porque no se habla de la tragedia de los judíos europeos del siglo XX, tal vez la parte más importante del drama de la Segunda Guerra Mundial, el que ha empujado a los padres fundadores de Europa por la vía de la unificación. Una referencia a esta tragedia habría sido importante. Hubiera representado una referencia decisiva también para los nuevos países miembros, que no han participado en la dolorosa reflexión realizada en Occidente durante medio siglo pero que también han estado involucrados en la destrucción de los judíos.
- consciente del patrimonio común con los judíos,
- e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.