Una lectura atenta de la Biblia Hebrea, base y numen de las religiones abrahamicas, nos permite divisar que la misma contempla al hombre como un ser lleno de conflictos, que tiene por desafío resolver. De tal modo, el quinto mandamiento, el de honrar a los progenitores, nos refiere respecto a la relación conflictiva que tenemos con ellos y que debemos superar, pues si fuese tan simple y sencilla la misma no requeriría de un llamado especial del Creador para remarcar el respeto que se les debe conferir.
Lo mismo cabe decir en lo referente a la relación del hombre con su Creador. Por un lado Él nos ordena señorear por sobre la naturaleza, y por el otro, recordar, como dijo Abraham, que somos polvo y cenizas (Génesis 18:27). En el salmo 8 (4-6), se define claramente la paradoja de la conflictividad de la existencia humana.
“Al ver los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que formaste,
Digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes?
¿O el ser humano para que de él tengas memoria?
Lo has creado poco menos que divino,
Lo coronaste con gloria y honor”
El hombre, de acuerdo a la visión del salmista, debe hallar el equilibrio entre su grandeza, peculiar entre todas las creaturas creadas por Dios, y su insignificancia ante el Creador. Saberse con grandeza, por una parte y mantener la humildad y sencillez sinceras, por la otra.
Del mismo modo nos hallamos en conflicto con nuestros prójimos y, a nivel de pueblos, los unos con los otros. La lucha por la subsistencia, los celos, las envidias, son factores que conllevan a la irritabilidad y crispación entre individuos y entre pueblos. La propuesta bíblica siempre nos remite a luchar con nuestras pasiones a fin de resolver nuestros conflictos, tanto a nivel individual como colectivo, eligiendo la opción que sabe cuidar y dignificar la vida. La de uno mismo y la de su prójimo.
El desafío del hombre, de acuerdo a la Biblia, es desarrollar sus capacidades espirituales e intelectuales para resolver todos sus conflictos alcanzando un estado de equilibrio con su ser, con su entorno familiar, con sus prójimos, y las sociedades entre sí, para hallar entonces un equilibrio con Dios.
Tal equilibrio se denomina en hebreo Shalom, que suele traducirse como “paz”, vocablo cuya raíz es ShLM, la misma que la del vocablo Shalem, que denota lo completo, lo íntegro. En el relato de Jacobo, en Génesis 34:18, leemos que una vez que retornó a Canaán, habiendo resuelto su situación conflictiva con su suegro y superado la situación de enemistad profunda con su hermano, arribó Shalem, íntegro, a la ciudad de Shkhem, tal como interpreta el Midrash y muchos exégetas.
Hallamos en múltiples versículos del Libro de los Reyes (I, 8:61; 11:4; 15:3, 14; II, 20:3), al igual que en otros textos bíblicos, la expresión “tener el corazón Shalem con Dios”, y también la de honrar a Dios “con corazón shalem” (Isaías 38:3; Crónicas I, 12:39; 28:9; 29:9, 19; Crónicas II, 16:9; 19:9). De donde se deduce que en el léxico bíblico, se honra Dios y a sus preceptos cuando se actúa con integridad, y ésa es la condición que otorga Shalom al individuo.
El hombre que no resuelve sus conflictos es un ser fragmentado. Sólo el que lucha con sus instintos y doblega sus pulsiones de muerte y destrucción es el que alcanza un corazón íntegro. En el texto del Deuteronomio (30:19) aparece la desesperada exclamación del maestro a sus discípulos –el pueblo de Israel- antes de despedirse del mismo previo a su muerte: “Pongo hoy como testigos en vosotros a los cielos y a la tierra, que la vida y la muerte he dado ante ti, la bendición y la maldición; y habrás de elegir la vida, para que vivas tú y tu descendencia”. La intención última de todas las prescripciones que ordena Dios al pueblo de Israel, es justamente, pulir su corazón para que cada uno de sus miembros siempre sepa elegir en su existencia una senda de vida.
El versículo que define el credo en la Biblia Hebrea es el que refiere la unicidad de Dios (Deuteronomio 6:4): Escucha Israel el Señor nuestro Dios, el Señor es Uno. Múltiples exégesis se le han dado a este versículo. Partiendo de la visión de Abraham Joshua Heschel que la Biblia más que una Teología escrita por el hombre es una Antropología escrita por Dios , es que me pregunto: ¿Qué le viene a enseñar éste versículo al hombre? ¿Qué implicancia tiene en su vida la unicidad de su Creador? La respuesta que hallo es que la Biblia le enseña al ser humano que debe imitar a Dios, como dice el versículo: Santos sean porque Santo soy Yo vuestro Señor (Levítico 19: 2). Del mismo modo se puede inferir que tal como Él es Uno, así el hombre debe tender a ser uno, íntegro a través de la resolución de sus conflictos.
En el libro de Números (15:38-41), Dios le prescribe al pueblo de Israel el colocar franjas en los extremos de sus vestimentas rodeadas de un hilo azulado a fin de que al tenerlos siempre ante la vista, el hebreo no se prostituya yendo en pos de aquello que ven sus ojos, incitándolo, y que tenga por siempre presente los preceptos a seguir. Uno de los sabios del Talmud entendía que el cumplimiento de este precepto equipara al de todos los preceptos de la Torah , pues estas franjas advierten acerca de la lucha que se debe tener con los impulsos negativos y la importancia de sublimarlos a fin de resolver con paz, para la vida, los conflictos existenciales y alcanzar un corazón íntegro.
La contienda con los impulsos no es fácil. Se encuentra descripta en el relato de la rebelión del hombre y la mujer primigenios contra Dios mientras se hallaban en el Jardín de Edén. La serpiente tienta al hombre y a su mujer: “seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” (Génesis 3:5). El hombre primigenio no resiste tal tentación, la de creerse dios, en la cual cae, tal como luego cayeron todos aquellos que con un sentimiento de omnipotencia egolátrica transitaron por esta vida.
En el libro de Números (6:24-26) se enuncia la fórmula con que los sacerdotes debían invocar a Dios su bendición para al pueblo de Israel. La misma reza de tal modo: “Dios te bendiga y te guarde. Dios ilumine Su rostro hacia ti y te agracie. Dios se torne hacia ti y te conceda la paz”. Es una de las pocas oraciones con una formulación descripta que aparece en la Torah El elemento culminante de la misma es la paz. Aquello que Dios mismo reconoce como la meta más difícil de alcanzar en la condición humana, es la paz, por ello la propone como elemento final a ser pronunciado por los sacerdotes cuando le invoquen para que bendiga al pueblo. Aquello que traducimos como paz, que aparece en el versículo corresponde al vocablo hebreo de Shalom.
De acuerdo a Isaías (2:1-4) y a Miqueas (4:1-4), en los tiempos postreros, expresión interpretada por todos los exégetas como tiempo mesiánico, la historia universal habrá de culminar cuando la humanidad haya adquirido la capacidad de vivir en paz.
Los valores que adopta cada individuo para su existencia son materia de fe. Como lo definió el Profesor Yeshayahu Leibowitz, al decir: “los valores no son susceptibles de ser argumentados”, frase que solía repetir insistentemente, como base de su concepción filosófica. Todos aquellos credos para los que, amén de la fe depositada en una visión acerca de Dios, la naturaleza y el hombre, sustentan la justicia, la misericordia, la consideración especial que merece cada individuo en su condición de tal, el amor, como los valores con que deben construirse todos los actos de la existencia, se hallan bregando por la paz. Es uno de sus aportes más significativos por el bien de la humanidad.
Aquellos que, aún teniendo una fe abrahámica en un único Dios trascendente, interpretan fanáticamente las Escrituras, creyéndose los únicos poseedores de la comprensión correcta de las mismas y con el derecho de subyugar aborreciblemente a todos aquellos que no coinciden con sus visiones, vacían el auténtico contenido de su credo, transformándolo en burdo paganismo.
La paz es el estado sublime al que deben aspirar y por el cual deben bregar los hombres. Si bien su concreción última depende de la voluntad de Dios, es desafío de la humanidad de todos los tiempos construir una realidad que fuerce al Creador mismo a bendecir a sus criaturas con la paz, tal como la establece en la alturas (Job 25:2).