Climate change, Climate crisis: más allá de negacionismos, el planeta grita desde hace tiempo porque sufre, y los fenómenos extremos, que siempre han existido y afectan cada vez más a los países más pobres, se han convertido en algo habitual también en los países más ricos. Ante la sequía, el hambre, la explotación de la tierra, las grandes migraciones, la contaminación y los modelos de desarrollo, o damos una respuesta global o no habrá respuesta.

El derecho a la protección internacional de los refugiados es una gran conquista de la ONU y del mundo ante las persecuciones y las guerras. En 2022 93 millones de seres humanos son refugiados forzados, pero otros 180 millones, emigrantes, viven fuera de su tierra de origen. A estos hay que añadir los refugiados climáticos, y la frontera entre refugiados económicos, medioambientales, políticos y religiosos es cada vez más fina. Pero los migrantes no son solo un problema para el mundo: en función de las políticas de acogida, reconocimiento e integración pueden ser una gran oportunidad.

En un mundo fragmentado, la vida débil corre más peligro y la defensa de la vida de los más frágiles, de los marginales, se puede presentar como un lujo insostenible. Pero la vida misma es relación, no nos la damos solos, contiene al otro, la necesidad de reconocer al otro, la unidad de la humanidad, incluso en tiempos de guerra, incluso cuando sociedades enteras se ven tentadas de transformar los años de vida de más que hemos conquistado en un problema y una "maldición". Todas las generaciones están llamadas a encontrar las energías y la manera para convivir con el otro y para dar dignidad a la vida débil. Después de los conflictos no hay paz duradera sin reconciliación profunda y sin reconocer al otro.

Cada cultura y cada tradición religiosa se pregunta por la oración: ¿De qué sirve?, ¿qué es?, ¿quién sirve para rezar? La oración, como lo que más ayuda a vivir, como el aire, la amistad o el amor, "no se ve". Aun así, es el mayor recurso de cambio que todas las generaciones, desde hace milenios, tienen a su disposición: una fuerza débil indispensable para encontrar los caminos de la paz, que es el nombre mismo y unificante de Dios.

La caída del muro de Berlín dio esperanzas al mundo y aceleró el camino hacia la formación de una Europa unida, de una Unión como gran actor mundial de estabilidad y paz. Las guerras no han desaparecido, sino que se han multiplicado, y la guerra de Ucrania puede llegar a romper de manera no ocasional la globalización, la cooperación entre países y pueblos y los estilos de vida, llevando sus terribles consecuencias a gran parte del planeta y también entre los europeos. La capacidad de fomentar el diálogo y de abrir vías de paz incluso en tiempo de guerra condicionarán enormemente el futuro de Europa y de su papel en el mundo.

En tiempos en los que el mundo y los pueblos parecen perder el gusto de la unidad y la fuerza y la guerra ganan terreno como herramientas populares para resolver los conflictos, todos los creyentes y los cristianos están llamados a actuar. El ecumenismo y una nueva lengua del diálogo entre cristianos puede ayudar a curar el mundo de divisiones y puede fomentar itinerarios de reconciliación que parecen imposibles, como lo parecían tras la Segunda Guerra Mundial. La Pascua es el fundamento de la vida cristiana y de la resurrección del mundo. Hoy es posible una fecha común para la celebración de la Pascua. Se ha convertido en una necesidad.

En la Biblia, la Palabra de Dios es palabra que crea, que hace realidad lo que promete y hace existir, no está lejos de la historia, es Palabra-que-hace la historia. La historia del mundo no es un tiempo lineal y hay épocas en las que es más difícil ver e imaginar un futuro capaz de eliminar el sufrimiento y las distorsiones del presente: "Por aquel tiempo era rara la palabra del Señor, y no eran corrientes las visiones" (1 Sam 3,1). La Palabra de Dios también contiene el secreto para no quedarse encerrado en el presente y generar futuro con la imaginación de Dios y su amistad por toda mujer y todo hombre.

Las religiones se han utilizado en el pasado, y también en la actualidad, para hacer la guerra y para hacer mejor la guerra, vaciándolas, convirtiéndolas en caricaturas, utilizando palabras religiosas para odiar y para eliminar al otro. Ocurre en lugares concretos del mundo, y también en el corazón de mucha gente. Pero cuando las religiones ahondan en su esencia más profunda pueden ser agua para apagar los fuegos de las divisiones y de las deformaciones que impiden ver a los demás como hermanos y semejantes. En un tiempo de impulsos hacia la división política, étnica y social, de renacimiento de los nacionalismos agresivos, las religiones pueden ayudar a recuperar lo que une y no lo que divide. Es una nueva responsabilidad por la paz.

En plena guerra fría y en pleno renacimiento de muchos países del mundo tras la Segunda Guerra Mundial, 17 años después de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, en pleno proceso de la descolonización que emancipaba progresivamente a África de siglos de colonialismo europeo, la "crisis de Cuba" puso al mundo frente al riesgo concreto de una guerra nuclear y de la autodestrucción. Los protagonistas tenían los nombres de Nikita Jruschev, John F. Kennedy y el papa Juan XXIII. Los riesgos implícitos de un aumento de la tensión que debe responder a la opinión pública y a los aparatos de gobierno antes que al bien supremo de la seguridad y de la paz para todos, la posibilidad de un "accidente nuclear" que desate una reacción en cadena, 60 años después, adquieren una dramática actualidad y son una lección para el presente.